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Francesc-Marc Álvaro | Empresaris i presidents
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29 may 2017 Empresaris i presidents

El Cercle d’Economia ha escuchado al president Puigdemont y al presidente Rajoy. El primero habló con serenidad y fue recibido con frialdad polar –y algún gesto de mala educación– por la mayoría de los asistentes al encuentro de Sitges. El segundo habló con arrogancia, pero, en cambio, fue recibido con dócil simpatía por los empresarios y los altos directivos allí reunidos. En su columna del sábado, Ramon Aymerich certificó que estas jornadas “quedarán para la historia como el momento en que el Cercle ha marcado una definitiva distancia con el soberanismo que gobierna Catalunya”. Pienso, como el colega Aymerich, que cuando Juan José Brugera pide a Puigdemont que vaya al Congreso a explicar el referéndum como quiere Rajoy (obviando los motivos expuestos sobradamente por el president para no hacerlo), el Cercle se pone al lado de Madrid.

Esta circunstancia plantea serias dudas sobre el papel arbitral de una de las plataformas más potentes de la élite empresarial. Pero eso no es lo más interesante, si ponemos las luces largas. Lo que quizás llamará más la atención a los historiadores del futuro es la desconexión evidente entre determinadas élites y amplios sectores de las clases medias catalanas (dentro de las cuales también hay empresarios), un síntoma parecido a lo que ocurre en otros países. En este sentido, queda claro que las lecciones de los últimos días no se aplican al conflicto catalán. Las élites de Madrid han perdido la batalla por el control del PSOE como perdieron, en febrero, la batalla para frenar el liderazgo de Iglesias en Podemos. Las élites catalanas parece que no han tomado nota de estas derrotas.

Se puede tratar a Puigdemont como si fuera un apestado en vez de tratarlo como alguien que ostenta la máxima responsabilidad democrática. Es una opción. Como lo es insistir en las maldades de una posible secesión mientras no se pregunta a Rajoy por el escandaloso intervencionismo del PP en el nombramiento de jueces y fiscales. ¿Podemos imaginar una inseguridad jurídica mayor que la de un Estado donde el partidismo descarnado amenaza seriamente la división de poderes y los contrapesos imprescindibles? Si yo fuera empresario, estaría más nervioso por todo eso que por un referéndum en Catalunya. Es irónico que algunos tilden de “golpistas” a los adversarios mientras practican golpes de Estado diarios sobre los puntos más sensibles de la estructura.

Puigdemont es hoy más apreciado que hace tres días por las clases medias que quieren el referéndum y están cansadas del menosprecio y las amenazas del Gobierno y el PP. La frialdad del recibimiento del Cercle en Sitges no daña a Puigdemont, al contrario. Nos recuerda que el proceso también es –desde el primer día– una lucha de clases posmoderna, que nace de la convicción de que los que más pagan para garantizar el sistema son también los más maltratados.

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