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Francesc-Marc Álvaro | Mercat d’hivern
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04 mar 2019 Mercat d’hivern

Manuel Valls ha fichado, para el tercer puesto de su lista, al exministro socialista Celestino Corbacho. Inmediatamente, he pensado en una película japonesa de 1973 que aquí se tituló Gorgo y Superman se citan en Tokio. Las críticas que antaño hizo Rivera a quien fue catorce años alcalde de l’Hospitalet de Llobregat se han convertido hoy en ditirambos de gran color, porque la política también es una escuela de reciclaje y cada día hay quien pone el marcador a cero. Al otro lado de la memoria, el actual ministro de Fomento y secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, ha cargado contra esta operación y ha hablado de “mercado de ocasión”, pero se equivoca; sería más propio y elegante referirnos a mercado de invierno, a imitación del noble deporte del balón. Siempre duele cuando alguien de la familia se pasa al adversario. Pero eso forma parte del espectáculo.

Ábalos hace aspavientos ante la parroquia pero sabe que nadie está limpio de pecado en este comercio nervioso de segundas y terceras oportunidades. Todo el mundo pesca donde puede. Fíjense, Ramon Espadaler, antiguo lugarteniente de Duran Lleida en la desaparecida Unió Democràtica, acomoda su pequeña organización, Units per Avançar, en la candidatura del socialista Collboni, alcaldable por Barcelona, en la línea del acuerdo que ya firmó con Iceta para los comicios del 21-D. La democracia permite cambiar de opinión, de postura y de dentista, cosas muy sanas, aunque hay que saberlas explicar porque de ahí provienen los problemas.

Entre la fidelidad sagrada a una marca y el oportunismo del superviviente profesional, hay una gama rica de grises con respecto al compromiso y la credibilidad del personal. Todo el mundo puede pasar de un proyecto a otro, basta observar a figuras como Ernest Maragall, Ferran Mascarell o Marina Geli, socialistas que se han convertido en soberanistas, como no pocos votantes del PSC. Los conversos hacen posible que la realidad no se estanque, la historia lo acredita, empezando por la transición, que no habría sido posible si algunos no hubieran traicionado de manera inteligente su credo. Dicho esto, hay que conjurar ciertos excesos, que nos llevarían a emular a algún veterano político catalán, como aquel que de trotskista inflamado pasó a dirigente del CDS de Suárez, hasta que desembocó en el pujolismo, donde ocupó cargos diversos, un camino de transversalidad tan peculiar que ahora incluye el flirteo con Valls, con alegría.

El mercado de invierno animará el belén electoral, como lo harán algunas caras que provienen de la cantera de los tuits, allí donde todo se banaliza. El cambio de bandera es legítimo, siempre y cuando se argumente de manera convincente. Corbacho sube satisfecho al carro de un exsocialista (francés y antes republicano) que, a su vez, ha abrazado la causa de una derecha que quiere pasar por liberal, pero que se fotografía con los ultras y jura que no pactará con el PSOE. Es un viaje que no se explica fácilmente.

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