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Francesc-Marc Álvaro | Colapsar Madrid o colapsase
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07 mar 2019 Colapsar Madrid o colapsase

Circula la idea, en varios entornos, de que los partidos independentistas tendrían que aprovechar las generales del 28 de abril para lograr un resultado importante que les permitiera intentar bloquear el Congreso de los Diputados o, en otras palabras, conducir al poder legislativo español a un callejón sin salida. Sería la táctica del colapso institucional, inspirada en la estrategia del “cuanto peor, mejor” y en la creencia de que trasladar la crisis catalana al corazón del Madrid político haría que el independentismo saliera ganador. La táctica del colapso tiene partidarios entre los posconvergentes afines a Puigdemont, en sectores de ERC refractarios al giro pragmático y en la CUP, que por eso se plantea presentarse por primera vez a unos comicios españoles.

Los que acostumbran a utilizar el término procesista como insulto se animan con la hipótesis de un independentismo que ponga sobre la mesa de Madrid esta alternativa: o derecho de autodeterminación o caos. “O caixa o faixa”. Es un relato que, de alguna manera, se ha ensayado con el breve Gobierno de Sánchez, cuando los mismos diputados catalanes que hicieron posible la moción de censura contra Rajoy han acelerado (no sólo ellos) el final de la legislatura. Que la táctica del colapso guste a los dirigentes cuperos es normal, vistas las características de esta organización; la pusieron en práctica con éxito cuando vetaron a Mas. Lo que sorprende es que el colapso pueda ser contemplado por partidos de gobierno y pacto.

Dentro del espacio posconvergente, este asunto forma parte de la pugna para confeccionar las listas del 28-A, además de los aspectos personales y el manejo de la situación de los presos. Frente al PDECat heredero del realismo convergente están los legitimistas unilateralistas que insisten en repetir –lo antes posible– el choque con el Estado; los primeros ven la reconstrucción y ampliación del soberanismo vinculadas a tener un papel eficaz en Madrid, mientras que los segundos especulan con un momentum heroico que incluya muchos focos de presión. La diferencia sustancial es que unos conocen cómo funciona la maquinaria del Estado y los otros no tienen ni idea, un factor que ya fue determinante en la toma de decisiones al máximo nivel durante el otoño del 2017. El desconocimiento del adversario ha sido un error mayúsculo de la mayoría de los líderes del procés, algo sólo compensado por la ignorancia espectacular de las élites españolas respecto del nuevo independentismo.

La táctica del colapso institucional presenta, como mínimo, tres problemas objetivables. Primero: si no hubiera acuerdo de gobernabilidad posible al margen de los diputados independentistas, la repetición de las elecciones sería un desenlace (el mal menor) que todos los grandes partidos españoles aceptarían, un escenario que también sometería a las formaciones y las bases soberanistas a un estrés excepcional. Segundo: el discurso del colapso en Madrid puede ser atractivo para el sector más radical de votantes, pero puede alejar a muchos electores independentistas que esperan alternativas que no remitan constantemente al gesto sacrificial y agónico. Y tercero: el independentismo debe mantener contactos abiertos –aquí y allí– con los comunes-Podemos y con los sectores socialistas más proclives al diálogo, un objetivo difícil de aunar con un bloqueo sistemático en las Cortes. Además de estas tres circunstancias, poner todas las energías en provocar un colapso en el Parlamento español no parece muy compatible con ampliar la base social ni con reforzar la confianza de la sociedad civil catalana en los gobernantes independentistas en la Generalitat. Sin contar –añado– con las consecuencias negativas que esta táctica podría tener para el Govern Torra y el funcionamiento de las políticas del día a día.

El catalanismo político tenía dos patas: la defensa del autogobierno y la voluntad de contribuir a modernizar y regenerar el Estado español, bajo la premisa de que el segundo objetivo favorecía mecánicamente el primero. La normalidad democrática posterior a la transición demuestra que la puesta al día de España no evita que las viejas pulsiones centralistas se reaviven, sino todo lo contrario. La voluntad de recentralización que Aznar exhibe a partir del 2000 pone en crisis el paradigma intervencionista clásico del catalanismo, que queda superado a partir de la sentencia del TC contra el Estatut. Hoy, cuando el independentismo ocupa el lugar del nacionalismo autonomista, surge la pregunta sobre el papel de los diputados catalanes en Madrid. Dado que es evidente que la independencia de Catalunya no será ni rápida ni fácil, ERC y el PDECat (o la marca que sea) deben explicar con claridad por qué motivo piden ahora el voto en unas generales. La tentación de prometer un eventual colapso no llena el vacío de una verdadera política del independentismo en Madrid.

¿Colapsar o colapsarse? La actitud del kamikaze daría quizás satisfacción efímera a los que sueñan rupturas a granel, pero haría recular la credibilidad de una idea legítima para el futuro de Catalunya.

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