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Francesc-Marc Álvaro | Una guerra animal
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06 sep 2019 Una guerra animal

La liberación de conejos en una granja de Gurb es un episodio que, además de impactar al personal, nos muestra la naturaleza de algunas guerras culturales con las que tendremos que acostumbrarnos a convivir. La reflexión filosófica sobre nuestra relación con los animales es de gran interés y nos interpela más de lo que querríamos, aunque tendemos a ponerla en la pila de asuntos pendientes, porque nuestra atención es limitada y son muchos los fenómenos del presente sobre los que se nos pide tener posición. Guste o no, pensar el papel de los humanos ante el resto de especies es ser fieles a la tradición ilustrada y una manera de actualizarla y ampliarla. Pero la acción de los jóvenes amigos de los conejos banaliza y caricaturiza sin querer un asunto que ni es tan trivial como dicen algunos ni tan esencial como dicen otros.
 
Algunos animalistas parecen dispuestos a desacreditar la causa que los mueve. Se podría decir esto también de otros movimientos, pero el carácter especial del animalismo quizá se presta a ello con demasiada facilidad. Hay un sesgo autoparódico y grotesco que desfigura todo lo que se representa y sirve en bandeja la crítica, a menudo también la sátira. Pasa a menudo en varias guerras culturales que sus actores se mueven entre el registro serio y el humorístico, en una zona ambigua que sugiere disrupciones de baja intensidad que oscilan entre la provocación infantil, el kitsch y la solemnidad vacía. Los viejos militantes situacionistas aplaudirían de lo lindo.
 
El amigo Francesc Canosa ha sacado punta a la cosa: “¿Deberemos or­ganizar un Frente de Liberación del Conejo (FLC) para liberarlos? ¿Está llegando el momento, la hora, de crear Frentes de Liberación de Animales? (FLA). Con centenares de sectoriales: Frente de Liberación del Periquito; Frente de Liberación de la Marmota; Frente de Liberación de la Víbora; Frente de Liberación de la Foca de Secano; Frente de Liberación de la Rata Raquítica Reumática; Frente de Liberación del Búho que nunca sale del ­zulo; Frente de Liberación de la Codorniz que tiene pánico a Volar…”. El episodio es tragicómico. El pobre campesino enfrentado a los adolescentes animalistas es una golosina mediática irresistible. Pero la risa no nos ahorrará hacer lo que decíamos: repensar qué hacemos y cómo lo hacemos con las otras especies, para mantener nuestras formas de vida, alimentación y consumo.
 

Algunos animalistas parecen dispuestos a desacreditar la causa que los mueve


 
Rehuir el fundamentalismo, venga de donde venga. He ahí también la tradición ilustrada. Los animalistas fundamentalistas nos hacen reír porque pierden la perspectiva y desvarían, pero hay que admitir que una parte de las críticas que formulan merece atención. Esto lo digo a la vez que me zampo un filete sin mala conciencia, justamente porque asumo la reforma constante pero no tengo ningún interés en construir un mundo feliz.

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