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Francesc-Marc Álvaro | ‘Esclafit’
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12 sep 2019 ‘Esclafit’

Hace pocos días, el Garraf y el Baix Penedès sufrieron una tormenta veraniega muy intensa, que causó estragos considerables. En el caso de Vilanova i la Geltrú, se produjo un esclafit, fenómeno meteorológico de corta duración pero impacto importante cuando llega al suelo; a diferencia del tornado, los vientos del esclafit se dirigen hacia fuera. Un esclafit no es un tsunami, claro, pero vale más no estar cerca del lugar por donde pasa. El paseo marítimo vilanovés recibió de lo lindo.
 
Desde el independentismo se ha puesto en marcha una campaña bajo el lema “Tsunami democràtic” para dar una respuesta de desobediencia pacífica a la sentencia del Supremo sobre los dirigentes del proceso que han sido juzgados. El president de la Generalitat, desde Madrid, anunció una “respuesta popular” si no hay absolución y, en este sentido, no descartó una huelga general. Me extrañó que Quim Torra pusiera sobre la mesa la posibilidad de la huelga general teniendo en cuenta que los paros promovidos desde el independentismo, incluso el más importante, el del 3 de octubre del 2017, no tuvieron un apoyo unánime y fueron vehiculados de manera muy diferente por los grandes sindicatos y por los sindicatos minoritarios que se reclaman soberanistas.
 
La distancia entre las palabras que apuntan una ruptura y los hechos que la desmienten desemboca en un paisaje de impotencia que amplifica lo que precisamente se quiere ocultar. La batalla por los lazos amarillos en el balcón del Palau de la Generalitat que hizo en solitario Torra, y por la que será juzgado por desobediencia en el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, es el mejor ejemplo de este problema: el pulso del máximo mandatario catalán con la Fiscalía no refuerza su posición, todo lo contrario. La figura presidencial como institución, no sólo Torra personalmente, se ve debilitada por una iniciativa que respondía a la necesidad de demostrar que no se daba “ni un paso atrás”. La realidad es que esta gesticulación, aislada de cualquier estrategia consistente, podría tener unos costes desorbitados en relación con su escaso –por no decir nulo– beneficio político. Así, todo el discurso sacrificial de Torra –inspirado o no por Carles Puigdemont– es prisionero de dos ideas fantasma: algo inesperado que lo cambiará todo y la desobediencia oficial, una contradicción que se hizo patente durante el otoño del 2017. La hipótesis del momentum bebe de estas premisas.
 
El independentismo trata de corregir el paisaje con elementos virtuales como el Consell per la República que, a su vez, agudizan todavía más la distancia entre lo que se proclama y lo que se hace, y entre lo que es una política de conservación defensiva de las estructuras de poder autonómico y una política de representación de una legitimidad inexistente y no reconocida por nadie. En su opúsculo titulado Re-unim-nos, Puigdemont se hace una pregunta importante y pertinente: “¿Cuánto tiempo necesitamos para estar preparados y tener la fuerza suficiente?”. Antes, se pregunta por un asunto todavía más sustancial: “¿Estamos dispuestos a soportar la ola represiva que, sin duda, desatará el Estado?”. Resulta paradójico que Torra hable y se mueva como si ya tuviera una respuesta clara a estas dos cuestiones. Diría que Torra va en la misma dirección que Puigdemont pero a una velocidad no prevista por su mentor.
 
¿Tsunami? ¿ Esclafit? En su breve ensayo, el dirigente de Waterloo escribe lo siguiente: “El único camino que nos puede garantizar el objetivo pasa, lamentablemente, por una inevitable confrontación con el Estado. No es ni la preferencia de la mayoría de los catalanes ni la opción más lógica”. Los votos de las últimas municipales y de las últimas generales han abonado un camino diferente de este, ahora abanderado por ERC: pragmatismo, gradualismo, política institucional, diálogo con los contrarios, intervencionismo en Madrid. A la vez, los votos en las últimas europeas han abonado la figura de Puigdemont, posiblemente porque es percibido por muchos como la pieza que descoloca más a los poderes del Estado. ¿Clarificarán las futuras elecciones al Parlament este panorama? Todo hace pensar que la campaña de las catalanas, bajo el impacto emocional de la sentencia del Supremo, será donde medirán fuerzas independentistas pragmáticos e independentistas de la confrontación democrática. ¿Quién saldrá reforzado? No descartemos maniobras que sorprendan a la parroquia.
 

Después de la sentencia habrá mucho ruido, quizá también tormenta, el tsunami es improbable


 
Según el diccionario catalán, esclafit, en su primera acepción, es un “ruido seco, ­agudo, repentino, producido por un tiro, una ruptura, un latigazo, etcétera”. Después de la sentencia, tendremos esclafit, sin ­duda. Habrá mucho ruido, quizá también ­tormenta, el tsunami es improbable. En los despachos gubernamentales de Madrid lo saben, aunque confunden el ganar la par­tida (con policías y jueces) con resolver el problema político de fondo; este enorme error de diagnóstico coloca a los gestores del Estado bajo la misma impotencia de los independentistas unilateralistas. Aunque el monopolio de la fuerza les permita auto­engañarse.

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