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Francesc-Marc Álvaro | Diez lecciones de un referéndum a la contra
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30 sep 2019 Diez lecciones de un referéndum a la contra

Hoy, el independentismo coincide en la necesidad de una consulta pactada

UNO. No hay que desconocer al adversario

A pesar de la historia o precisamente a causa de la historia, el mundo independentista estaba convencido de que, “llegado el momento, el Estado español no podría permitirse la foto de la policía retirando las urnas”. La consulta del 9 de noviembre del 2014, que se desarrolló sin problemas, reforzó esta idea. Pero el referéndum unilateral del 1 de octubre fue otra cosa: el gobierno ordenó el despliegue de seis mil agentes, efectivos de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, que intentaron impedir por la fuerza las votaciones. ¿Cuál era la finalidad de esa represión si se sabía de antemano que el referéndum no sería reconocido? El Estado fue fiel a una cultura política en la que la resolución de ciertos conflictos pasa por la violencia, la represalia y la amenaza. Muchos, independentistas o no, daban por hecho que esta cultura política formaba parte del ­pasado.

DOS. El mandato democrático depende de otros

Un referéndum pactado, vinculante o no, genera alguna forma de mandato democrático que después hay que concretar. Pero un referéndum unilateral tiene una dificultad añadida, que los observadores internacionales del 1-O hicieron evidente: no obtiene el reconocimiento de esas instancias que deben certificar la validez y, por lo tanto, no genera ningún mandato que tenga trascendencia. Será un mandato que sólo considerará una de las partes y, por lo tanto, será inaplicable. El independentismo prefirió olvidar esta realidad y actuar “como si” fuera pactado.

TRES. La violencia sufrida no da legalidad

La represión vivida por los votantes genera simpatías internacionales y representa una aportación de legitimidad democrática por la puerta de atrás. Este es el único producto político que el movimiento independentista obtiene de esa jornada convulsa, y le sirve a efectos de comunicación y propaganda. De ahí no sale, en ningún caso, un atajo que conduzca hacia el reconocimiento del referéndum por parte de otros estados, la UE o esos organismos mundiales que podrían hacerlo.

CUATRO. El Estado no lo puede todo

Meses antes del 1-O, los poderes del Estado y el independentismo jugaron al gato y el ratón. Se ordenó una intensa tarea policial para encontrar las urnas que los independentistas habían encargado fabricar. El asunto se convirtió en una especie de obsesión para los responsables policiales y la Fiscalía. El fracaso del Estado en este punto fue espectacular. Una enorme red de voluntarios anónimos consiguió trasladar y esconder todas las urnas. Esta victoria operativa del independentismo demuestra su arraigo social, pero también es un espejismo: lo hace parecer más fuerte de lo que realmente es.

CINCO. El choque borra (brevemente) el partidismo

Durante la noche anterior y durante el día del referéndum, se reúnen en los colegios electorales muchas personas que no se preguntan, unas a otras, qué opción votan ni qué líder les cae más simpático. Aunque las cúpulas de las fuerzas soberanistas mantienen una aguda competencia (que llega a tener momentos de sectarismo), ese día los ciudadanos favorables a ese proyecto aparcan el partidismo y hacen todo lo posible para coordinarse y garantizar que se pueda votar.

SEIS. La indignación fabrica votantes

Se dijo que el 1-O fue un referéndum organizado por los independentistas en el que sólo ellos participaron. Las urnas confirmaron, en general, esta impresión. Pero hubo también un número de catalanes que se lo miraban desde lejos que cambiaron de opinión. Lo hicieron cuando vieron en la televisión las imágenes de las cargas policiales contra sus vecinos.

SIETE. El mundo nos mira y no pasa nada

Uno de los lemas-motor de la causa independentista ha sido y es “el món ens mira”. Los grandes medios mundiales, los diplomáticos extranjeros en Madrid y los inversores pendientes de la estabilidad del sur de Europa, más gente que nunca antes en toda la historia, supo, el 1 de octubre del 2017, que Catalunya es una nación y que tiene un movimiento que quiere conseguir la secesión por la vía democrática. También supo que el gobierno no quería actuar como el gobierno británico ante las demandas del independentismo escocés. Todo eso se supo, y no sucedió nada.

OCHO. El dolor transforma el relato

A raíz de la represión policial del 1-O, el independentismo modifica su narrativa. El impacto de esos hechos es innegable sobre el conjunto de la sociedad catalana. La prisión dictada contra los presidentes de Òmnium y de la ANC, quince después del referéndum, ya empezó a reconfigurar el guion del movimiento, una reelaboración que culmina después de que se aplique el 155 y que los dirigentes políticos del proceso sean encarcelados o marchen al extranjero. El relato independentista tenía hasta ese momento un tono positivo y confiado, que se desprendía del lema “la revolució dels somriures”. Esta etapa termina, y llega un momento marcado por los lazos amarillos.

NUEVE. No olvidar al maestro Kung Fu

Los que fuimos niños durante los años setenta disfrutamos con una serie de televisión protagonizada por un monje guerrero chino que viajaba desde su país al Far West, donde combinaba la lucha contra los malos de turno con la pedagogía de su filosofía existencial. Como buen maestro de artes marciales, Kung Fu enseñaba que había que aprovechar el golpe y la fuerza del contrincante para tumbarlo. Al día siguiente del referéndum, el independentismo estaba indignado, pero también exhibía el triunfo moral que representaba haber desobedecido. Era un buen momento para que Puigdemont convocara elecciones: los independentistas habrían concurrido a ellas fortalecidos.

DIEZ. No malgastar la bala de plata

¿Tenía sentido hacer un referéndum que no era pactado y que, además, sería prohibido y reprimido duramente? Los dirigentes independentistas pensaron que sí, aunque varias voces autorizadas les advirtieron que sería un esfuerzo inútil. Con perspectiva, el independentismo malgastó una valiosa bala de plata. Hoy, casi todo el mundo dentro del independentismo sigue pidiendo un referéndum pactado.

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