13 dic 2019 Cena navideña de empresa
Hace unos años, acudía a muchas cenas y comidas navideñas de empresa y similares. Después, llegó la crisis y muchas de esas comilonas fueron sustituidas por encuentros tristes donde se tomaba una copa discreta de pie. Y después, más cercanamente, constato que, aunque se han recuperado muchas de las comidas sociales navideñas de trabajo o de grupos de amigos, un servidor ya no ha vuelto a subirse a ese carro. En resumen: ahora no frecuento este tipo de reuniones y puedo decir que no las echo de menos, quizá porque soy más celoso de mi tiempo o porque se me ha agudizado la misantropía que me afecta desde niño. Pero debo reconocer que estas comidas eran interesantes desde el punto de vista sociológico y psicológico. Me explico.
No sé si ahora ocurre, pero hace quince años, en este tipo de festivales sociogastronómicos, el personal tendía a representarse de una manera diferente de como lo hace en fiestas estrictamente familiares o en celebraciones más convencionales como bodas o bautizos. El género de la cena de empresa navideña es, en sí mismo, un estado de excepción mediante el cual los compañeros de trabajo simulan ser amigos (lo sean o no) y celebran una hermandad que no siempre existe ni siempre da para muchas alegrías. En los lugares de trabajo, como es sabido, la amistad, el odio, el amor, las envidias y la indiferencia van produciéndose con normalidad, lo cual genera conflictos de todo tipo, que se gestionan como se puede. El reunirse todos los empleados para cenar o almorzar con la excusa del espíritu navideño no suspende el buen o mal rollito que pueda reinar en una oficina, taller, sección de fábrica o despacho. Simplemente lo maquilla, sobre todo con alcohol, que es lo que utilizamos los occidentales (y no pocos orientales) cuando queremos que las cosas fluyan.
El reunirse todos los empleados no suspende el buen o mal rollito que pueda reinar entre ellos
Tengo en mente la visión de las escenas finales de algunos almuerzos y cenas de empresa navideños que podrían evocar el título de esa película de Robert Wise que en España se estrenó como Sonrisas y lágrimas . Risas, algún llanto, abrazos más o menos exagerados, chistes no siempre inteligentes y maniobras poco disimuladas de los que aspiraban a rematar la fiesta con alguna aventura de cama efímera y olvidable. Ahora bien, lo que siempre me desconcertó de estas reuniones es otra cosa: las confesiones repentinas de algún compañero que, impulsado por el cava y las copas posteriores, te explicaba su vida con todo lujo de detalles, aunque, hasta ese momento, había mantenido contigo una relación digna de una ameba.