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Francesc-Marc Álvaro | Cuando el polaco eres tú
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01 ene 2020 Cuando el polaco eres tú

Se soltaron la melena. Uno de sus más conspicuos tiradores emitió un tuit de una complejidad conceptual digna de ser reseñada: “Puta Europa”. Cuando el Tri­bunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) dio la razón a los abogados de Oriol Junqueras y puso en evidencia que el ­Tribunal Supremo no lo había hecho bien, se abrieron las puertas del infierno en esos entornos que, remedando una frase de an­taño, gritan “Bruselas es culpable”. Conclusión: el europeísmo de ciertos personajes y ambientes era un mero decorado aguantado con chinchetas. Cuando el aviso ha sido serio, el nacionalista español herido en su orgullo ha mandado a paseo a la Unión Europea. Y hemos comenzado a especular con un hipo­tético Spexit, versión cañí del Brexit.

España forma parte del proyecto europeo desde 1986. Recuerdo que cuando se firmó el tratado de adhesión a la llamada entonces Comunidad Europea, en junio de 1985, no faltaron voces que criticaron esa decisión y enarbolaron la bandera celtibérica con un neocasticismo que limitaba al sur con el arrebato tabernario y al norte con el unamuniano “¡Que inventen ellos!”. No es que les duela España, es que les estorba Europa, como les estorba todo lo que trate de disolver la caspa. El acuerdo de gobierno entre PSOE, Unidas Podemos y el PNV todavía ha excitado más a estos elementos, entre los que no falta algún militar de querencias golpistas.

Para las tres derechas españolas, las amenazas exteriores ahora son también los jueces europeos

 
El mensaje de la carcoma carpetovetónica regresa rabioso porque, de hecho, nunca se había ido. La excusa pueden ser los independentistas catalanes, los inmigrantes en patera, las mujeres hartas de recibir palizas o los alcaldes que cambian los nombres de las calles en honor a conocidos franquistas. Santiago y cierra España. Esto no es sólo el negociado de Vox, también son seducidos sectores del PP y otros ámbitos, incluso algunos socialistas despistados, todos ellos ávidos de captar el voto de los Botejara, para sus aquelarres nacionalcatólicos. Como si el tiempo no hubiera pasado.
 
La lectura del ensayo La luz que se apaga, de Ivan Krastev y Stephen Holmes, invita a pensar que en un sector de la sociedad española se ha producido algo equivalente a lo sucedido en las sociedades del Centro y del Este europeo tras la caída del sistema comunista. Lo que estos autores llaman “la imprevista eclosión de nativismo reaccionario y de autoritarismo que ha tenido lugar en el todo el mundo” se organiza en España a través del rearme ideológico de la derecha, que genera tres marcas en dura competencia, como sabemos. Casado, Arrimadas y Abascal se mueven en este magma. En la actualidad, la UE es antipática para estas derechas, porque deja al descubierto los pegotes, las trampas y las contradicciones de una razón de Estado muy mal razonada.
 
Para los hijos de la FAES, que son las tres derechas españolas hoy en liza, es evidente que “España está en peligro”, por culpa del “enemigo interior” (independentistas, vas­quistas, podemitas, Sánchez) y las amenazas exteriores, que ahora son también los jueces europeos además de los migrantes. Es exactamente lo mismo que piensan los partidos Fidesz o Unión Cívica Húngara y el PiS o Ley y Justicia, que “acostumbran a difamar los controles y equilibrios prescritos por el constitucionalismo occidental como un plan extranjero para reprimir la auténtica voz de los pueblos húngaro y polaco”. Ha bastado con una sentencia del TJUE y unas palabras del nuevo presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, para que los autoproclamados guardianes del constitucionalismo patrio hayan sido presa de la histeria y se pasen por el forro la norma fundamental. Hoy, Casado es más polaco (del partido Ley y Justicia) que ayer y mucho menos que mañana. Polonia (y Hungría), capital Madrid.
 
La España posfranquista, a pesar de la liberalización económica diseñada por los tecnócratas a partir de los sesenta, sigue un esquema que tiene muchos puntos de contacto con el recorrido de varios estados del Este europeo a partir de los años noventa. Se trata de “una modernización por imitación y una integración por asimi­lación”, que las elites rectoras asumieron sin discusión alguna. La imitación –argumentan Krastev y Holmes– se justificaba como “un retorno a Europa”, algo que está presente en el discurso político español, baste con recordar al presidente Zapatero justificando la reforma exprés de la Constitución, el año 2011, ­para anclar “la estabilidad presupuestaria” según el ­dictado del Banco Central Europeo y del eje franco-alemán. ¿Qué dirían hoy Abascal y Casado ante esta decisión?
 
En La luz que se apaga se explica que “el consenso antiliberal actual es que los derechos de la mayoría cristiana blanca amenazada están en grave peligro”, algo que explica la capacidad de arrastre que tiene Vox sobre el PP y Cs. Añoranza de los Tercios de Flandes. El resentimiento es el combustible y el miedo es el motor de estos nuevos reaccionarios, que “saben cómo demonizar a los enemigos internos para granjearse el apoyo público”. Es así, y menospreciando a Europa, como van a ejercer la oposición a Sánchez.

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