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Francesc-Marc Álvaro | Los veinte y los espejos
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03 ene 2020 Los veinte y los espejos

Los años veinte. Miramos atrás para entrever nuestro presente. Ejercicios en el túnel de los espejos. Fue un tiempo de velocidad, desenfreno y exaltación del yo, hace un siglo. Después de las trincheras y Tánatos, llegó el baile infinito y Eros. El trauma se superó con una sublimación del momento, la feria estaba abierta las 24 horas del día. John Keegan, historiador de la guerra, lo resume así: “La penosa experiencia había sido tan buscada como obligada; la población, que había recibido con tanto entusiasmo la declaración de guerra en 1914, dejó que sus jóvenes fuesen a los frentes de batalla convencida de que no sólo ganarían batallas sino gloria y que su regreso con los laureles del triunfo justificaría todas las esperanzas depositadas en la cultura del servicio militar obligatorio y el compromiso con el militarismo. Pero la guerra quebró esas ilusiones. ‘Todo hombre un soldado’, lema intrínseco a la política de la conscripción, se basaba en una incomprensión palmaria de lo que es capaz la naturaleza humana”.
 
Cien años no es nada. Aquí estamos. Saliendo de una crisis económica y entrando (dicen algunos) en otra. La guerra hoy también existe, pero se produce en otros términos, muy distintos a la experiencia de nuestros abuelos y bisabuelos. Lo que sí se repite es la entronización de la velocidad, el desenfreno y la exaltación del yo, multiplicado hasta el infinito gracias al carnaval digital incesante que todo lo recrea, lo transforma, lo desfigura y lo regurgita hasta que no podemos distinguir el bálsamo del vómito ni el vómito de la lava. Entramos en unos nuevos años veinte, y los nacidos en el siglo XX tenemos memoria protésica de ese París con jazz de fondo, que fue paréntesis entre unos muertos y otros. El fantasma de Scott Fitzgerald trata de no incordiar a Judith Butler mientras Steve Bannon busca führers de todo a cien. La obsolescencia programada de las palabras hace que los poetas sean, sin saberlo, chamarileros invisibles.
 

La guerra hoy también existe, pero se produce en otros términos

 
La próxima guerra mundial enfrentará robots de fabricación china contra robots made in lo que sea. La moral del piloto de dron se impone, y eso nos ahorra mucho dinero en psiquiatras, terapeutas, videntes, sacerdotes y paulos coelhos. La vida será normalmente extraña, como lo fue en esa guerra remota. Lo cuenta Paul Fussell: “El servicio postal entre el hogar y las trincheras era tan rápido y eficaz que suponía otra sátira de la situación miserable de las tropas encerradas en su irónico exilio”. Estamos celebrando la posguerra de nuevo.

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