15 ene 2020 ‘The case of Catalonia’, 1945
Abril de 1945. El mundo vive pendiente de la batalla de Berlín, los últimos días del Tercer Reich. Los estadounidenses todavía no han lanzado las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Parece lejos la fecha del 8 de mayo, la que pasará a la historia como el final oficial del conflicto en Europa, el llamado V-E Day. En Nueva York, la fiesta todavía no ha empezado, abril es incierto. Francia fue liberada en 1944, pero el camino hasta la guarida de Hitler no es rápido ni fácil. Cada palmo de terreno cuesta mucha sangre. Nueva York se prepara para la victoria y también para llorar a los que no volverán. Por la ciudad de los rascacielos, aquel abril de 1945, circula un catalán, metido en sus cosas.
Se llama Josep Carner i Ribalta, es un luchador demócrata y separatista, seguidor de Francesc Macià, exiliado en Estados Unidos después de pasar por París y México. Su objetivo es internacionalizar el problema catalán y tratar de influir en las autoridades norteamericanas para que el final de la guerra sea también una oportunidad para Catalunya. Carner i Ribalta es un optimista. Lo es desde joven, cuando se puso al servicio de Macià, a quien acompañó a Moscú y apoyó en la aventura fracasada de la invasión de Catalunya desde Prats de Molló en 1926. Es experto en propaganda y ha sido responsable del Comisariado de Espectáculos de la Generalitat durante la Guerra Civil.
Carner i Ribalta hizo llegar la situación de Catalunya a la conferencia de San Francisco
Ahora trama algo. Será algo grande. Carner i Ribalta quiere hacer llegar la situación de Catalunya allí donde se dibujará el nuevo mapa del mundo. Este lugar es la conferencia de San Francisco, que debe celebrarse entre el 25 de abril y el 26 de junio. Hija de la conferencia de Yalta, la cumbre de San Francisco reunirá a representantes de cuarenta y seis estados del bando aliado y elaborará la Carta de las Naciones Unidas. Los convocantes son los líderes del nuevo orden internacional: Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y China. El político y escritor lo tiene claro: Catalunya debe dirigirse a estas cuatro potencias, ahora que se están repartiendo cartas nuevas. Se trata de hacer una gestión “que definitivamente internacionalizara el pleito catalán”, según explica en sus memorias, De Balaguer a Nova York passant per Moscou i Prats de Molló , editadas por Josep Benet el año 1972 en las Edicions Catalanes de París.
Con fecha de 14 de abril de 1945 –no es casual– y desde Nueva York, Carner i Ribalta y dos catalanes de ideología independentista, Josep Maria Fontanals (presidente del Casal Català) y Joan Ventura Sureda, firman un memorándum o apelación a la conferencia internacional de San Francisco y, más concretamente, a sus cuatro patrocinadores: norteamericanos, soviéticos, chinos y británicos. Titulan el documento The case of Catalonia , en clara alusión a los papeles relacionados con el principado de Catalunya, The case of the Catalans , a raíz de la paz de Utrecht de 1713. Mientras, el president Josep Irla, en el exilo francés, tiene la cabeza en otros asuntos.
Después de la creación en Londres, en febrero de 1941, del Consell Nacional Català, presidido por Carles Pi i Sunyer, se constituyó la delegación de este organismo en Estados Unidos, que entre otras actividades editó la revista Free Catalonia . Carner i Ribalta relata que esta delegación “tuvo que registrarse, el 28 de marzo de 1942, en el Departamento de Estado, como agentes de un gobierno extranjero, lo cual virtualmente daba a la delegación la categoría de cancillería”. Los vascos del PNV en el exilio se trabajan también al Departamento de Estado, pero lo hacen con más constancia y pragmatismo. Los catalanes no tienen a nadie como Antón Irala, mano derecha del lehendakari Aguirre.
The case of Catalonia constata una “indiferencia diplomática tradicional hacia las demandas de Catalunya” y afirma que “el conflicto entre Catalunya y España, como cualquier otro problema entre una nacionalidad oprimida y su opresor, siempre ha sido un problema de naturaleza internacional”. “El de Catalunya no es un problema español, sino un problema europeo”, y las aspiraciones catalanas “subsisten independientemente de la existencia o la no existencia de Franco en España”. En las conclusiones, el memorándum pide a las nacientes Naciones Unidas que la posición de Catalunya dentro de España “sea decidida por Catalunya misma, a través de plebiscito de los catalanes nacionales, después de reconocido su estatus de nación”.
La iniciativa no produjo cambio alguno en la agenda de las grandes potencias. Carner i Ribalta, muchos años después, maquilla el fracaso: “Por adelantado ya sabíamos (después de haber estudiado la convocatoria de la conferencia de San Francisco y las materias que allí serían discutidas) que no podíamos esperar ningún resultado práctico”. ¿Un triunfo moral?
El martes, Puigdemont, desde su escaño en el Parlamento Europeo, pidió a las instituciones comunitarias una “solución política” mediante “el diálogo y la negociación” para un conflicto que considera un “asunto interno de la UE”. Han pasado casi setenta y cinco años del intento de Carner i Ribalta.