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Francesc-Marc Álvaro | Huérfanos muy distintos
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17 feb 2020 Huérfanos muy distintos

Una coalición de descontentos no acostumbra a funcionar. A pesar de ello, ante los micrófonos de RAC1, Santi Vila sentenció que deben ir juntos a las próximas elecciones catalanas todos los que se consideren más o menos catalanistas y centristas. Menos contundente se mostró al respecto Marta Pascal, que no descarta que surja algo en esta misma línea si no se produce una reacción en el PDECat, hoy bajo la férula de Carles Puigdemont. Pascal y Vila han presentado sus respectivos libros, en sendos actos que han servido para escenificar las intenciones de los que pretenden armar alguna nueva oferta electoral.
 
Una intuición mueve a todos los que desean tener su lugar al sol en esta nueva etapa: hay un segmento del electorado catalán que hoy se siente huérfano. Con este marco trabajan Units per Avançar (ahora coaligados con el PSC), El País de Demà (conocido también como Grup de Poblet), Lliures y Lliga Democràtica, además de otros colectivos menores. Lo variopinto de sus impulsores incluye incluso algún personaje que ha combatido al catalanismo toda su vida, algo verdaderamente pintoresco.
 
La clave de todas estas intuiciones está en una cifra: se considera que entre 250.000 y 300.000 votantes independentistas podrían serlo de forma circunstancial o táctica. El dato surge de observar, sobre todo, la autoubicación del votante en el eje identitario. Según el CIS, un 12% de electores de JxCat y un 15% de los de ERC no responden a una motivación nacionalista identitaria clásica. Estirando este hilo, algunos piensan que una opción catalanista nueva, que congele o aparque la secesión, podría entrar en la Cámara catalana. En su interesante libro Cómo derrotar al independentismo en las urnas, el colega Carles Castro, ducho en el análisis de sondeos políticos, concluye que “la oferta de la centralidad catalana debe incluir una marca diferenciada que permita incorporar al elector de centroderecha, pero también a aquel otro cuyo tránsito al realismo identitario no le obligue a renegar (o a sentirse un renegado) de su genética soberanista anterior”.
 
El problema es el público al que se dirigen estas iniciativas. Todos los votantes huérfanos no son iguales. Están los que añoran una tercera vía desde el primer día (los electores fieles a la desaparecida Unió Democràtica, por ejemplo) y están los que muestran su desacuerdo con el desarrollo concreto del proceso soberanista, pero no abjuran de la independencia. Intentar atraer a votantes tan distintos con una sola opción y un único programa es casi imposible. Además, está el asunto del liderazgo: ¿Qué figura estaría en condiciones de aglutinar todas estas sensibilidades? Debería ser alguien inequívocamente independentista para ser creíble entre unos, pero eso generaría rechazo entre otros.
 
Sin un proyecto claro que trascienda la crítica al procesismo, todo puede acabar en mera nostalgia del pujolismo. Sería un tremendo error basar cualquier nueva opción catalanista (conectada o no con el soberanismo) en la promesa de volver al pasado.

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