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Francesc-Marc Álvaro | Los del veto, antes de Vox
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20 feb 2020 Los del veto, antes de Vox

El veto parental que impulsa Vox en las escuelas públicas pone sobre la mesa el tipo de guerras culturales –hoy casi todo es guerra cultural– que los ultras españoles han declarado con la doble finalidad de marcar la agenda y arrastrar al PP y Cs a terrenos que la derecha clásica había abandonado, porque había asumido (con más o menos entusiasmo) unos consensos básicos en un sentido abierto y culturalmente liberal. Como es sabido, el Gobierno autonómico de Murcia ha decidido implantar este veto por la presión de Vox, una medida que obligará a los padres a autorizar que sus hijos tomen parte en las actividades complementarias obligatorias en horario escolar. Según los ultras, se trata de combatir lo que consideran “adoctrinamiento” en “la ideología de género” o en asuntos como la crisis climática. El Ejecutivo español, contrario a esta excepción escolar, ha presentado un recurso contencioso administrativo ante el Tribunal Superior de Justicia de Murcia.
 
¿A qué juega Vox? El método del partido de Abascal es detectar malestares y microprotestas de tipo sectorial (algunas quizá cuantitativamente poco relevantes en un primer momento) para agrandarlas y dotarlas de una narrativa potente. El malestar de turno, adecuadamente convertido en un mensaje simple y claro, debe poder integrarse en el relato general de una España airada que reacciona contra sus enemigos declarados: socialistas, comunistas, catalanistas, vasquistas, feministas, sindicalistas, homosexuales y todos los entornos culturales, artísticos y profesionales que apoyan a estos colectivos. La escuela pública y sus docentes son vistos por Vox como un espacio potencialmente hostil, donde las ideologías que los ultras demonizan van poniendo su semilla para fabricar, supuestamente, ciudadanos que serán partidarios de “la anti-España”, el país sospechoso y desviado que los dirigentes de Vox quieren eliminar como quien acaba con una plaga.
 
Esta situación plantea muchos interrogantes sobre la naturaleza de los valores dominantes hoy en la sociedad española y sobre la posible reversibilidad de unos consensos que parecen –o parecían– muy robustos. Convertir la escuela pública en un campo de batalla es una estrategia nueva que Vox adopta porque trata de pescar en segmentos hasta ahora alejados de la derecha sociológica, tradicionalmente más preocupada en proteger las prerrogativas de los centros privados de élite, frecuentados por las clases sociales más favorecidas. El populismo de Vox pasa por intentar llegar a familias que no pueden acceder a colegios privados pero sí pueden compartir una visión apocalíptica y amenazadora del mundo que los rodea y que rompe muchos de sus esquemas.
 
El antecedente más parecido a este episodio es la oposición que exhibieron el PP y la cúpula de la Iglesia a la implantación de la asignatura llamada educación para la ciudadanía, que el socialista Rodríguez Zapatero sacó adelante durante su primer mandato. El cardenal Antonio Cañizares, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, dijo entonces que aquella asignatura “debería ser una materia opcional que se ofreciese desde una moral laica” porque los padres tienen derecho a elegir la formación moral de los hijos, y añadió que esa iniciativa gubernamental “llevaría hacia el totalitarismo”. En ausencia de Vox, el PP dejó que el sector más retrógrado del catolicismo español liderara el pulso con el gobierno del PSOE, con esa manera de hacer de Rajoy tan peculiar.
 
Si echamos un vistazo a la Encuesta Social General Española que el CIS realizó entre el 2017 y el 2018, vemos que el 12,6% de los encuestados se autodefine como conservador mientras el 12,7% lo hace como socialista. Después de estas dos ca­tegorías, los porcentajes más altos son ­para liberal (9,7%), progresista (7,8%) y socialdemócrata (5,3%). La autodefinición de feminista llega al 4,1% y la de ecologista al 3,3%. Preguntados los encuestados sobre sus creencias, el 67% se declara católico mientras el 6,1% dice ser agnóstico, el 8,2% se define ateo y el 11,3% se ubica como no creyente. Son los datos de una encuesta importante que debemos tener presente, pero no arrojan luz sobre el fenómeno que comentamos. ¿Cuando alguien se define como conservador, liberal o católico, qué nos quiere decir exactamente? Son unos términos muy amplios que permiten todo tipo de lecturas y la adopción de posiciones ­diferentes, incluso contrapuestas.
 
Vox reedita una versión 2.0 del nacionalcatolicismo que había encontrado acogida dentro del PP de un modo quizá más táctico y circunstancial. Los ultras han convertido el nacionalcatolicismo actualizado en un elemento esencial de su proyecto y su oferta, y confían en la lluvia fina. Están convencidos de que hay ciudadanos dispuestos a montar pitote en la escuela de sus hijos porque se sienten defensores de un mundo a la contra. ¿Qué pensaban y qué hacían las familias hoy claramente partidarias del veto parental antes de que Vox entrara en escena y les señalara el camino? Es la pregunta clave de este nuevo teatro del odio y el resentimiento.

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