27 feb 2020 Carnaval de la ignorancia
Vistas las imágenes de la comparsa sobre el Holocausto de la asociación cultural El Chaparral, de Las Mesas (Cuenca), que ha participado en el desfile de carnaval de Campo de Criptana (Ciudad Real), la primera conclusión es inmediata: la ignorancia siempre es un arma de destrucción masiva, sobre todo cuando va acompañada de presuntas buenas intenciones. Es evidente que los organizadores de esta comparsa lo ignoran casi todo sobre la Shoah y también ignoran el sentido de la fiesta del carnaval, porque satirizar a la vez a los verdugos y a sus víctimas es olvidar las reglas no escritas de la subversión paródica, que tiene como objetivo principal al poderoso y al fuerte, no al débil. Son dos ignorancias que, sumadas, dan como resultado un espectáculo tan profundamente lamentable y ofensivo como este.
Según escribieron en Facebook los impulsores de esta comparsa, lo que pretendían era “un homenaje a los millones de personas que, injustamente, murieron en el exterminio que se llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial en varios países de Europa, principalmente en Alemania”. “Es un hecho que ocurrió… Y no recordarlo no hará que no haya sucedido. Presentamos este tema como un mero hecho histórico, sin pretensión de hacer ningún tipo de alusión política, o que pueda resultar ofensivo o hiriente para alguien. No olvidemos nuestra historia”. A la luz de este redactado, podemos afirmar que El Chaparral no sabía qué tenía entre manos. No tenía ni la más remota idea. Expresiones como “mero hecho histórico” o “sin pretensión de ningún tipo de alusión política” provocan vergüenza ajena, y confirman una desgraciada alianza entre la falta de sentido común y la falta de los conocimientos más elementales. Es posible que los padres de esta comparsa todavía no hayan entendido las razones de la polémica que su particular homenaje ha provocado. Cualquiera que haya pensado un poco sobre la historia reciente sabe que banalizar la aniquilación de seis millones de judíos europeos abre la puerta al negacionismo neofascista, y a todos los discursos que hoy relativizan el mal radical que encarnó el régimen de Hitler. La banalización es el paso previo y necesario para blanquear el nazismo y sus cómplices y apologetas.
La banalización es el paso previo y necesario para blanquear el nazismo y sus cómplices y apologetas
Sería relativamente fácil establecer un nexo perverso entre esta banalización del nazismo desde las buenas intenciones y el uso cotidiano y deformado que hoy se hace en España de palabras como nazi y nazismo . Por ejemplo, Carlos Iturgaiz, flamante candidato del PP a las elecciones del País Vasco, ha calificado el Ejecutivo de Sánchez de “gobierno fasciocomunista”. Es este tipo de corrupción premeditada de los conceptos y las palabras lo que vacía de sentido la mirada sobre el pasado que tiene mucha gente. Una corrupción que llega al esperpento cuando los herederos o los hijos políticos del franquismo –dictadura amiga del Tercer Reich, no debemos olvidarlo– tildan de nazis a algunos de sus adversarios políticos.
Nos hemos acostumbrado a explicar esta incultura histórica a partir de dos hechos: España no intervino en la Segunda Guerra Mundial y quedó al margen de la ola democratizadora posterior a 1945. Pero el problema que pone en evidencia esta noticia es global y, por lo tanto, rebasa la peculiar cultura política española. También en la ciudad belga de Alost ha desfilado este año un grupo de gente disfrazada de nazis. ¿Qué está pasando? Pienso que todos estos despropósitos provienen de la misma actitud idiota que lleva a algunas personas a hacerse selfies turísticas cuando visitan un campo nazi o cualquier otro lugar donde el peso de la memoria del dolor exige respeto, silencio y recogimiento. El tonto que se hace una selfie ante los hornos crematorios de Auschwitz es idéntico al tonto que organiza una comparsa donde los disfrazados de nazis y de víctimas judías bailan por la calle a ritmo de las canciones de Rihanna u otros éxitos pop. Esta actitud proviene, claro, de la ignorancia histórica –como decíamos– y de una nueva manera de estar en el mundo, en la que sólo interesa “mi experiencia” y mi capacidad de convertirla en “contenido interesante para otros”. Es la versión 2.0 de aquel hombre masa que describió Ortega y Gasset, que convierte en kitsch insoportable cualquier intento de creación bienintencionado (observen unos minutos las imágenes horribles de la comparsa sobre el Holocausto que desfiló en Campo de Criptana), porque desconoce que el kitsch, como dejó escrito Milan Kundera, “es un biombo que oculta la muerte”.
He recordado, a raíz de esta noticia, que hace muchos años, en un bar discoteca que frecuentaba entonces, una noche, las grandes pantallas del local pasaban unas imágenes en blanco y negro de campos de exterminio nazis, con prisioneros que deambulaban perdidos detrás de las alambradas, mientras sonaba la música que ponía el disc-jockey, como si el sufrimiento real de tantas personas fuera una estética más de videoclip. Siempre me he arrepentido de no haberme quejado a quien tocaba, en aquel momento, por esa exhibición de estupidez y deshumanización.