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Francesc-Marc Álvaro | ¿Quién me saluda?
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17 abr 2020 ¿Quién me saluda?

Salgo a comprar algunas cosas que necesitamos en casa y, en una esquina, me saluda alguien que va en bicicleta. Me detengo. Nos miramos. Pasan unos segundos –larguísimos– antes de reconocer a mi amiga. Los dos llevamos mascarilla y gafas de sol: enmascarados sin que sea carnaval. No nos podemos abrazar ni dar un beso, claro está. ¡Mierda! La situación es desconcertante. Hablamos guardando las distancias, el coronavirus nos quiere extraños cuando, en el mundo de antes, quedábamos a menudo para tomar copas, cenar juntos o viajar. Me explica que su padre está jodido, pero su madre todavía lo está más, aunque es la que tiene mejor salud: no estar ahora junto a la persona con quien comparte la vida desde hace décadas la está rompiendo. No sé qué decir. ¿Qué palabra es la justa en estas situaciones? Entonces me salgo por el lado gas­tronómico, para no llorar: “Cuando ­esto pase, tocará hacer una comida de gran calibre”. Me doy cuenta de que ­estoy diciendo lo mismo a muchos amigos, es un recurso de esperanza portátil. “Montaremos una orgía”, añade risueña mi amiga. Pero la procesión va por dentro. Nos reímos para disimular la tristeza.
 
No es la primera vez que me ocurre. Estos días, en las escasas excursiones de carácter alimentario que practico. me saludan amigos y conocidos a quien me cuesta identificar a primera vista. Personas que dicen adiós, que hacen un gesto con la mano, o que dejan caer un “¡venga, ánimos!” desde la otra acera. También pasa mucho que te cruzas con alguien que crees conocer, pero no estás muy seguro de ello, sólo le ves los ojos, en el mejor de los casos. Entonces, los transeúntes concernidos nos miramos sin mirarnos y, casi siempre, nadie dice nada, da vergüenza. Mientras, nuestros ojos –embajadores extraviados en el país de irás y no volverás– intentan averiguar si detrás de esa presencia hay un alma con quien tenemos algún tipo de vínculo. Cada vez que vivo estas situaciones (y me veo desde fuera como un extraterrestre), me entran unas ganas irrefrenables de cantar S trangers in the night.
 

Te cruzas con alguien que crees conocer, pero no estás muy seguro de ello, sólo le ves los ojos

 
En nuestra ciudad, de larga tradición carnavalesca, este asunto de taparse por prescripción sanitaria tiene cierta mala sombra. Porque evoca, inevitablemente, la gran fiesta comu­nitaria del disfraz y de la máscara, la ­diversión antigua de intentar engañar a esos que más te conocen con un uso hábil de las artes del maquillaje y la ­actuación teatral. Pero estas mascarillas no sirven para la comedia, la parodia ni la sátira; estas nos las ponemos para evitar daños, para no morir y para no matar.

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