15 may 2020 Caducidad de la gloria
No soy aficionado al baloncesto ni a la NBA, pero estoy mirando la serie documental The last dance sobre la última temporada de Michael Jordan en los Chicago Bulls y –lo confieso– estoy disfrutando. Me habló muy bien de esta serie mi hijo y leí el artículo que le dedicaba Joan Burdeus en el digital Núvol , donde este joven y lúcido columnista escribía, entre otras cosas, que “cada flashback a los noventa me explica mejor el mundo en que vivimos que la mayoría de museos”. Las peripecias de Air Jordan y de sus compañeros de equipo, sobre todo Scottie Pippen y Dennis Rodman, sin olvidar al entrenador Phil Jackson, enganchan porque hablan de algo mucho mayor que sus victorias deportivas, que su impacto mediático o que su influencia social, que fue enorme. ¿Qué pregunta fundamental se desprende de la fábula trepidante que ha creado Michael Tollin y ha dirigido Jason Hehir?
¿Cuánto tiempo dura la gloria, el éxito, la buena estrella? A mi parecer este es el asunto de la serie. Del cual se derivan otras preguntas, no menos importantes: ¿Cómo se gestiona el descenso cuando se ha estado arriba del todo? ¿Hay que luchar hasta que llega el fracaso por desgaste de los materiales o es mejor intentar cambios para evitar el trompazo? He pensado –al ver como Jordan discrepa de lo que los directivos quieren hacer para encarar el futuro– en un destacadísimo financiero catalán que, en sus memorias, admite que uno de sus grandes errores fue no retirarse a tiempo, gesto que le habría evitado batallas muy agrias. Hay una obsolescencia inevitable en toda empresa humana, te llames Jordan o Josep Pla, un autor que fue leído profusamente durante décadas y que, hoy, sólo leemos cuatro gatos. Y que cada uno ponga los ejemplos que tenga más a mano.
Hay una obsolescencia inevitable en toda empresa humana, te llames Jordan o Pla
The last dance, de propina, es también la necropsia salvaje del capitalismo imparable de antes de la crisis del 2008 y nos propone –sin quererlo– una revisión tangencial de la psicología profunda de la ética protestante que informa el sueño americano, en la versión postadolescente de unos deportistas de élite que convierten en oro su autosuperación, no exenta de viajes al infierno. De ahí sale una épica que se convierte en comunión, un espectáculo que ocupa el lugar de los sueños, y unos trofeos que dotan de orgullo una sociedad tan diversa como atenazada por los microintereses. Todo perfectamente empaquetado, claro, porque hablamos de América.
¿Qué le ocurre al triunfador cuando se acaba la fiesta? Conocer este viaje resulta más fascinante que escuchar los cantares de gesta.