22 may 2020 Vivir con elegancia
Antes de la pandemia, presentamos, junto a muchos de sus amigos, su última novela gráfica, Mambrú se fue a la guerra , una aventura en tiempos de la Primera Guerra Mundial en la cual, entre otros personajes reales, aparece el periodista Gaziel, en el París de su juventud. Ese día, Lluís Juste de Nin, diseñador, ninotaire y entusiasta profesional, nos habló de sus proyectos y de las nuevas historias que tenía entre manos. Ese día también admitió en público que su fascinación por la capital francesa no provenía solo de su educación y de sus parientes, también era el resultado de su atracción por la vida de los bohemios y de los diletantes que sabían convertir en obra de arte su existencia, ensayando una alquimia que permite disolver –cuando se conoce bien el secreto– la frontera entre la experiencia soñada y la experiencia cotidiana.
Lluís Juste de Nin, homenot a caballo entre las artes, las letras y la política, ha fallecido y nos deja huérfanos a muchos. Sobre todo, porque practicaba dos actitudes que son indispensables para que el mundo funcione y no acabemos a puñetazos más a menudo: el sentido del humor y la mirada compasiva sobre la gran comedia social. Él era la prueba de que una inteligencia acompañada de compasión es un cóctel irresistible y por eso se hacía querer, incluso cuando decía las cosas más irreverentes y más inesperadas. A veces, nos descolocaba porque llevaba sus razonamientos hasta el córner más extravagante y, una vez allí, no sabíamos cómo salir. Sus silencios, hechos de picardía y ternura, acompañaban sus ganas infinitas de conversación, un ejercicio donde disfrutaba de lo lindo, dando juego a unos y otros, moderador inmoderado de tertulias que podían durar muchas horas.
Lluís Juste de Nin tenía sentido del humor y una mirada compasiva sobre la gran comedia social
El Zurdo, L’Esquerrà, el padre del personaje de Norma, o el director creativo de la firma de moda Armand Basi eran sólo disfraces de un tipo que, feliz de vivir y sin pedir perdón por ser como era, tenía la capacidad de reunir a gente diversa a su alrededor, talante muy útil si pretendemos que la ciudadanía sea una condición activa (incómoda y siempre en revisión) y no un concepto secado y exhibido como un trofeo por los marchantes de la esperanza. Es por eso que Juste de Nin formó parte de varias confabulaciones cívicas para hacer progresar este país, con una enorme generosidad.
Partidario de las izquierdas más heterodoxas después de pasar por el PSUC, catalanista que desembocó en el soberanismo, contrario a todo sectarismo, vivió con elegancia. Y nos enseñó a sonreír ante las tormentas.