20 jul 2020 Iconos, presos y líderes
La aplicación del tercer grado ha llevado a primera página a los políticos condenados y encarcelados por el procés , que han recibido el calor de las bases independentistas. Eso ha coincidido con uno de los peores momentos del Govern presidido por Torra, desbordado por el rebrote de la Covid-19 en Lleida y, sobre todo, en el área metropolitana. El contraste es mareante: mientras las ruedas de prensa de los consellers Buch, Vergés y Budó transmiten la imagen de un Gabinete inseguro y sin liderazgo, las apariciones en calles y plazas de figuras como Junqueras, Rull, Turull o Cuixart proyectan el eco de una promesa que se desbravó como una botella de champán que queda abierta tras la verbena.
El independentismo que gobierna la Generalitat quería demostrar que podía hacerlo mejor que el Ejecutivo central, pero, a la hora de la verdad, es víctima de la imprevisión, la improvisación y la falta de impulso político. Los consellers son figuras que se mueven a la defensiva, atenazadas por la desorientación y la ineficacia, actores de un relato presidido por la desconfianza y la fractura de las expectativas que ellos mismos crearon al exigir que Madrid devolviera las competencias a la Generalitat. La distancia agónica entre la demanda de más poder y la gestión ineficaz erosiona la credibilidad de la idea de la secesión.
La nostalgia de un líder especial, a medio camino de Macià y de Gandhi, sobrevuela el ‘procés’ de manera obsesiva
En cambio, el independentismo que encarnan los presos es un relato que se despliega al margen de este contexto adverso, como si no hubiera ningún tipo de relación entre los que impulsaron el referéndum unilateral y los que hoy tienen la responsabilidad de tomar decisiones desde la autonomía. Pero la realidad es la que es: Junqueras apadrina a Aragonès, y Rull y Turull se han movido para que Buch y Calvet tengan un papel principal en JxCat. Los presos independentistas son iconos, mientras que los consellers de ERC y de JxCat son gestores en riesgo evidente de quedar absolutamente quemados. No hay, en el Govern, ningún líder propiamente dicho, aunque el republicano Aragonès luce el revestimiento de quien se presentará como presidenciable mientras los posconvergentes Puigneró, Calvet o Buch tienen aspiraciones o bien aparecen en quinielas electorales.
La doble realidad del independentismo, a día de hoy: los presos políticos recuerdan el viaje pendiente a Ítaca mientras Torra y sus consellers son aplastados por la pandemia. Este choque desconcertante limita el margen de respuesta política de los partidos concernidos, como ha quedado demostrado con el grave asunto del espionaje del móvil del presidente del Parlament. Hay un cortocircuito. Por eso dice mucho del estado de ánimo de las bases independentistas el hecho de que Cuixart, presidente de Òmnium y único preso que no forma parte de ningún partido, sea percibido como la gran esperanza: gusta su discurso porque se basa en solemnes principios y razones morales. La nostalgia de un líder especial, a medio camino de Macià y de Gandhi, sobrevuela todo el procés de manera obsesiva. Y más cuando la gestión insoslayable del día a día es un verdadero infierno.