17 sep 2020 Los que siguieron a Mas
Se puede resumir así: el independentismo catalán usó la figura de Artur Mas para conducir a una parte de las clases medias a un proyecto rupturista como quien utiliza una escalera para saltar un muro y, luego, la tira al suelo. Un modo de hacer al que contribuyó decisivamente el mismo Mas cuando ejecutó el “paso al lado” a raíz del veto de la CUP a investirlo president, después de las elecciones del 27-S del 2015. No se ha dicho lo bastante que esa salida de Mas de escena –más allá de la justificación oficial en clave “patriótica”– respondía a las presiones de muchos de los que, con carnet de la desaparecida Convergència, ocupaban cargos de cierta relevancia en la administración autonómica y temían –probablemente con toda la razón– que una repetición electoral acabara con los convergentes en la oposición (en la intemperie) y acusados de “traidores” por ERC, los cuperos y las entidades soberanistas. El pánico iba de la mano del gran objetivo.
La necesidad de conservar espacios de poder y recursos obligaba a un sacrificio impensable en las democracias serias: que el jefe de la mayoría se retire porque una minoría lo exige. Por muy imprescindibles que fueran los anticapitalistas en ese momento, ceder en este punto fue conceptualmente una locura que, además, dejaba en fuera de juego a los votantes que habían apostado por el independentismo justamente porque el perfil moderado de Mas les daba confianza. Por otra parte, como es comprensible, Mas no tenía ganas de pasar a la historia como el tipo que “frenó el procés ”, porque hay que recordar que el líder convergente era “sospechoso” de tibio desde el primer día, y los mismos que aplaudían la conversión de Ernest Maragall o Toni Comín dudaban de la transformación del heredero de Pujol. El paso al lado llevó a Puigdemont a la presidencia de la Generalitat y, de rebote, al liderazgo del procés . Un independentista pata negra cogía el volante, después de haberse dicho y repetido que era muy positivo que al frente de ese viaje hubiera alguien que –como tantos catalanes desde el 2012– había abrazado la estelada hacía solo cuatro días. Mas era mucho más parecido a los nuevos soberanistas que Puigdemont y no digamos que Torra.
Desde el punto de vista estratégico, Mas está hoy más cerca de Junqueras que de su sucesor; ironías
Ahora, después de meses de silencio, Mas ha oficializado solemnemente su divorcio de Puigdemont. Continuará en el PDECat, la organización que impulsó –con más errores que aciertos– cuando decidió que las siglas de CDC estaban quemadas por las sombras de corrupción, el caso Pujol y el desgaste de tantas décadas en el poder. Mas ha tardado en hablar porque está atrapado en una doble lealtad: la que siente hacia su partido (tuneado) y la que siente hacia aquel alcalde de Girona a quien pidió que se tirase a la piscina. Por eso acompaña su posición de un anuncio que no es menor: no hará nada que parezca “una confrontación” con el líder de JxCat. Desde el punto de vista estratégico, y como subrayó Jordi Basté cuando lo entrevistó el martes, Mas se encuentra hoy más cerca de Junqueras que de su sucesor. Ironías.
Más allá de la peripecia peculiar de un político a quien –como siempre he dicho– no gusta la política, está el gran misterio de la mutación de la mesocracia de orden que Mas invitó a un viaje a Ítaca, que tenía que ser relativamente fácil, imparable y corto. Los resultados de las elecciones de los últimos años nos dicen que la base electoral convergente que se soberanizó con el cartesiano Mas ha continuado, con algunas oscilaciones, al lado de Puigdemont. La conclusión que podemos extraer es clara: los que abandonan el autonomismo en el 2012 experimentan una segunda mutación en el 2017 a raíz del 1-O, la represión, la DUI fake , la cárcel y el exilio, y el buen resultado de JxCat en las autonómicas que se celebran bajo el 155. Este segundo cambio de mentalidad consiste en olvidar la vía de una independencia indolora y pactada, y conecta con el liderazgo épico de Puigdemont, que se basa en el choque con el Estado, el relato resistencial y la idea de que hay un embrión de república en el exilio.
Los que dirigen el PDECat sostienen que pueden articular electoralmente un segmento de las clases medias que apostaron por el procés y que ahora se sienten como Mas: “Triste, decepcionado y enfadado”. Piensan que entre las bases del puigdemontismo hay sectores que asumirían una rectificación del procedimiento, equivalente a la que se propugna desde ERC. No es una tercera vía, es una enmienda parcial. En otras palabras: creen que el masismo gradualista que ahora vota JxCat puede acabar volviendo a su “espacio natural”, si se hace la oferta adecuada. Marta Pascal, desde el PNC, pretende lo mismo. ¿Existe, hoy en día, este votante –digamos– soberanista de orden o masista?
El último sondeo de GAD3 para La Vanguardia –que no incluye todavía la participación en las catalanas del PDECat ni del PNC– señala un fuerte crecimiento de ERC y un cierto trasvase de votos dentro del bloque independentista, en beneficio del nuevo pragmatismo republicano pero sin hundimiento de JxCat. ¿Acabará siendo el ordenado Pere Aragonès el heredero involuntario de Mas?