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Francesc-Marc Álvaro | Presidencia sin president
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29 oct 2020 Presidencia sin president

El presidente de Catalunya no sirve de nada. Esta podría ser una conclusión, a la vista de lo que ha pasado después de la ­inhabilitación del president Quim Torra. La conclusión contraria también podría expresarse ahora mismo: desde que no hay president, la descoordinación y las disputas dentro del Govern aumentan y/o tienen más trascendencia pública; el reciente sainete sobre el teletrabajo –que ha creado confusión entre empresas y trabajadores– es un ejemplo del tipo de desbarajustes que la acción de un president –en teoría– debería evitar. El hecho lamentable es que el cargo principal del país está vacante, pero eso tampoco se nota mucho.
 
En el Ejecutivo catalán, con o sin el president Torra, cada conseller parece ir a su aire y las cosas van sucediendo sin que haya ninguna partitura compartida. Los consellers cohabitan mientras gestionan su área y van esquivando mejor o peor las constantes disputas entre socios, algunas dignas de patio de colegio. El día que se anunciaban dos futuros satélites catalanes, los propietarios de bares y restaurantes encontraban colapsada la web de la Administración autonómica donde deben pedir ayudas para hacer frente a la situación. La metáfora es cruel. Mientras, la ciudadanía aprende a vivir sin tener en cuenta lo que hacen o dejan de hacer los responsables del autogobierno. Que eso ocurra en plena pandemia es literalmente catastrófico. Y erosiona las instituciones y la misma idea de democracia, como indican las encuestas.
 

En el Ejecutivo catalán, con o sin el president Torra, cada conseller parece ir a su aire

 
La presidencia sin president es un problema, pero todavía lo es más la falta de liderazgo efectivo en Catalunya. No hay nadie al volante, como se acostumbra a decir. Con el traje de president va –de regalo– una corbata de líder: algunos la saben llevar, otros no tanto. Desde la instauración de la Generalitat contemporánea, a partir de 1931 con Francesc Macià, el president es al mismo tiempo el jefe del Govern y también algo más. Más allá de la tarea meramente ejecutiva, su papel simbólico es evidente y tiene –debería tener siempre– una proyección por encima de la legítima batalla partidista. Recuerdo una conversación con José Montilla cuando llevaba pocos meses en la presidencia: el líder socialista admitió que las piedras de Palau –y la liturgia oficial que desprendían– revelaban la naturaleza profunda de una responsabi­lidad en la cual era más importante –de algún modo– representar el personaje que ges­tionar esto o aquello. El president Montilla había descubierto –acompañado de los buenos oficios de Jaume Badia– el peso de la historia intensa de una institución que, inspirada en un nombre medieval, recubría la autonomía de una legitimidad muy anterior a la Constitución de 1978, como reconoció Adolfo Suárez cuando sacó adelante el real decreto ley 41/1977 de 29 de septiembre de 1977, mediante el cual se restablecía solemnemente lo que había sido derogado por el régimen franquista.
 
El retorno del president Tarradellas –con una sensacional puesta en escena de Pere Portabella– se produjo sobre un ­antecedente invisible, que solo recordaban los viejos y que ignoraba la mayoría de la población catalana de esos años: el carácter emblemático de la presidencia de Macià y (sin decirlo, de manera tácita) el carácter trágico de la presidencia de Companys. ­Sobre esta memoria bipolar (más o menos ­frágil y difusa), Tarradellas desplegó su ­teatro de poder con éxito, a partir de gestos de actor veterano que se sabe todos los trucos. ¿Fue un líder Tarradellas? Eso da igual, se representó como tal. La fecha de ca­ducidad le daba una gran libertad de mo­vimientos, algo que contrastaba con las pocas com­petencias que, en realidad, tenía.
 
Jordi Pujol y Pasqual Maragall –cada uno a su manera– tuvieron muy presentes las lecciones de Tarradellas, la huella de Macià y la trayectoria de Companys. José Montilla se puso en este carril sin sobreactuar, mientras que Artur Mas osciló entre emular a Prat de la Riba y evocar a Macià, un guion que saltó por los aires en septiembre del 2012. Pujol y Maragall han sido líderes, Montilla y Mas han sido y son dirigentes de un tiempo de carismas fríos, con virtudes discretas como el control y la tenacidad. Pujol y Maragall tenían un proyecto de ­Catalunya en la cabeza, sabían explicarlo y, sobre todo, sabían hacerlo creíble. No lo ­digo con nostalgia, lo apunto a beneficio de inventario.

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