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Francesc-Marc Álvaro | Del oasis a la decadencia
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21 ene 2021 Del oasis a la decadencia

En el diván del psicoanalista de las naciones, Catalunya, inclinada y con la mirada perdida, se pregunta si vive ahora una etapa de decadencia. ¿Es una decadencia real o una sensación? Habría podido titular “Del oasis a la decadencia pasando por el procés ”, pero no cabía. Recuerden: el oasis catalán fue esa larga etapa en la que el país era gobernado por CiU en la Generalitat y por el PSC en los ayuntamientos más importantes. El oasis catalán tiene mala prensa porque evoca un mundo bipartidista (la sociovergència) que, si se juzga con ojos de hoy, no pasa la prueba del algodón, aunque convergentes y socialistas transformaron (con aciertos y errores) el país salido de la dictadura, con déficits estructurales enormes.
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El legado positivo del oasis catalán ha quedado sepultado bajo la enmienda a la totalidad al régimen del 78, son los vientos que soplan. Algunos siempre hemos distinguido claramente entre el relato de la transición (mitificado de manera interesada por determinadas élites) y lo que se pudo hacer entonces (que debe ser entendido de acuerdo con ese contexto y sin caer en el presentismo). En el futuro, es probable que surja una nueva mirada sobre el oasis catalán, que invite a hablar más objetivamente, evitando a la vez la nostalgia y la pira.
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Muchos problemas son los mismos que teníamos cuando Maragall impulsó la reforma del Estatut

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Por otra parte, los diez años de procés son como un filtro que lo tiñe todo. Domina la inercia: se atribuye al impacto del independentismo todo lo que ahora le ocurre a Catalunya, tenga relación o no con ello. Obviamente, el procés ha incidido fuertemente sobre la vida económica, social, cultural y política, pero muchos de los problemas que hoy sufrimos son los mismos que teníamos encima de la mesa cuando el president Maragall impulsó la reforma del Estatut. Hagan memoria. Por ejemplo, en marzo del 2007, un total de 860 empresarios, ejecutivos y académicos protagonizaron un gran acto para pedir que se potenciara el ­aeropuerto de El Prat como centro de conexiones internacionales y se diera vía libre a la gestión autónoma de los aeropuertos. En Madrid no prestaron mucha atención.
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Más allá del acumulado histórico, si cogemos los principales datos económicos, podemos pensar que la decadencia ha llamado a la puerta de Catalunya. La caída del PIB catalán durante el 2020 fue la más fuerte desde la Guerra Civil. En julio del año pasado, el Cercle d’Economia se pronunciaba así: “Entre el 2000 y el 2018, el crecimiento de la renta per cápita ha sido claramente inferior al de Madrid, y también inferior al del conjunto de España. A nivel europeo, la competitividad de Catalunya también ha reculado, y mucho. ­Según el índice de competitividad regional elaborado por la Comisión Europea, ha perdido casi 60 posi­ciones desde el 2010, y ahora está muy alejada de la Comunidad de Madrid”. Pero el mal empezó antes del procés y, entre las causas de este cuadro, hay –como remarca el Cercle– “la infrafinanciación recurrente de Catalunya”. Añadamos otra circunstancia: muchas empresas surgidas aquí son adquiridas por inversores sin ningún vínculo con la sociedad catalana, tendencia mundial que plantea muchas preguntas sobre el control de nuestro tejido empresarial y el papel de las élites locales. Hablamos mucho de la responsa­bilidad de los políticos y poco de la de aquellos que crean riqueza y empleo. ¿Es decadente morir de éxito y ser globalizados mientras jugamos al golf?
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La prórroga política en Catalunya amplifica la sensación de decadencia, mucho más en ­medio de la pandemia. En el horizonte, los fondos europeos de recuperación. Un Govern agotado (dividido y sin president), que no puede tomar decisiones de gran calado, fabrica una espuma que tapa –sin querer– la vitalidad de la sociedad catalana, que existe a pesar de todas las dificultades. Tal vez peco de opti­mista: este país está tocado, pero no hundido. De momento.

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