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Francesc-Marc Álvaro | El fuego de la negociación
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22 feb 2021 El fuego de la negociación

Las reuniones entre los dirigentes de ERC, Junts y la CUP para formar Govern (o asegurar que Aragonès será investido president) se producen mientras las calles de Barcelona (y otras ciudades) son escenario de protestas, destrozos, incendios y cargas policiales de los Mossos, operaciones que son juzgadas minuto a minuto, y no solo por el hecho lamentable que una chica ha sido gravemente herida –presuntamente– por una bala de foam. Las cúpulas de los partidos charlan mientras la ciudadanía asiste atónita al espectáculo y es una evidencia que los Mossos no se sienten acompañados por el Govern en funciones, empezando por el conseller de Interior, que, a su vez, es desautorizado por su partido, Junts. El vacío de poder –del cual hablábamos el jueves– se agranda. El carro circula solo y al borde del precipicio cada noche. Algunos políticos de los que prometen una República tienen el sentido de Estado de una ameba.
 
La CUP hace de CUP, no es nada extraño, y menos cuando los votos de la Catalunya acomodada han hecho crecer los escaños anticapitalistas, paradojas de la patria donde todo el mundo dio la razón a Xirinacs el día que el célebre activista falleció, incluso Pujol. Junts –que contiene una parte del antiguo mundo convergente– imita el discurso de los cuperos sobre modelos policiales y etcétera, en un ejercicio de transformismo sin precedentes en Europa occidental. Finalmente, ERC –que dice querer consolidarse como el independentismo pragmático– hace equilibrios para no perder el apoyo de los dos eventuales socios; Aragonès pretende contentar a todos pero eso es imposible. Resumen: el independentismo que gobierna hace ver que no manda estos días, para poder gobernar los cuatro próximos años. Es el fuego nihilista de la negociación. Decir tacticismo es poco. Decir irresponsabilidad es quedarse cortos.
 

El independentismo hace ver que no manda estos días para gobernar los próximos cuatro años

 
Que Sàmper se haya atragantado con sus malabarismos verbales, que el partido de Puigdemont proponga cambiar un modelo policial que fijaron sus antecesores, que entornos de ERC justifiquen el vandalismo por miedo a la crítica cupera, o que haya miembros del Govern que silban de perfil, todo eso es incomprensible, pero no es nada comparado con el sustrato del que surge. Estamos donde estábamos cuando analizamos los dos puntos más débiles de la hoja de ruta procesista: la relación equívoca entre las decisiones políticas y la tecnoestructura (que los Mossos sufren especialmente porque son los gestores del monopolio de la fuerza legítima) y el colapso insalvable que se deriva de emitir (o alimentar) discursos rupturistas desde los despachos oficiales. ¿Recuerdan cuando el conseller Saura era criticado por querer ser gobierno y oposición a la vez? Hoy, muchos hacen como él.
 
A todo eso hay que sumar otro factor que aconseja que, en el futuro Govern Aragonés, Interior quede vacante o sea dirigido por Grande-Marlaska: una parte de la sociedad catalana (donde el independentismo es central) tiene alergia a la parte más ingrata de ejercer el poder, algo que incluye utilizar los antidisturbios cuando toca. Y es que muchos se imaginan Ítaca como la casa de los Teletubbies. Nuestro cóctel más genuino –plastilina, ratafía y la FAI– nos ha sentado mal.

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