16 may 2021 Sentimiento de culpa
En un artículo de Zadie Smith doy con algo que es clave para entender la política de nuestro tiempo: “Cuando pienso en mis padres, a menudo me asalta un cierto sentimiento de culpa por haber hecho las cosas que ellos nunca pudieron hacer y por haberlas hecho a su costa, usando su tiempo, como si no fuesen nada más que eso: guardianes del tiempo”. Puedo suscribir como propia la reflexión de la escritora inglesa, a pesar de que nuestras respectivas circunstancias personales no tienen nada que ver, salvo el hecho de formar parte ambos de la llamada generación X, esa que viene después de los baby boomers. La culpa por gozar de un mundo menos bestia que mis padres puede ser un falso problema, pero les aseguro que condiciona mi mirada sobre la realidad. Y es una culpa que también choca con las quejas y reproches que nos sueltan, a menudo, los millennials .
Lo que pasa entre las distintas generaciones construye conciencia política. La forma cómo mis padres se autoexplotaron bajo el desarrollismo franquista (como tanto hijo de vecino) para que yo tuviera un futuro mejor que el que tuvieron ellos ha influido poderosamente en mi idea del esfuerzo, de la responsabilidad y del mérito. También en mi idea de la libertad y la igualdad. Debe de ser por eso que no me permito ciertas frivolidades (de derecha o izquierda) ni ciertas simplificaciones, pues todavía veo hoy los rostros cansados de mis progenitores, enganchados a la rueda del pluriempleo para convertirse en algo cercano a esa clase media precaria que surgió bajo la dictadura. Un curioso efecto colateral de todo ello es que no soporto a los progres de salón ni a los liberales de cartón piedra, productos ambos de un desprecio dogmático incurable por la experiencia compleja y concreta de las gentes.
No soporto a los progres de salón ni a los liberales de cartón piedra
La política que me interesa es la que, de algún modo, se acuerda del coste tremendamente salvaje que tuvo la apuesta de nuestros padres por construir este mundo que habitamos, renunciando a tanto y siendo conejillos de Indias (sin saberlo) de una modernidad improvisada, tardía, cutre y bastante hueca. Ellos no se han quejado nunca. Estemos a su altura, si puede ser.