07 jun 2021 Película mal doblada
La escena tiene lugar en el Parlament. Ramon Espadaler, antiguo dirigente de la desaparecida Unió Democràtica (los socios de Convergència) y exconseller de Interior, formula una pregunta, desde su actual condición de diputado elegido en las listas del PSC, al titular de Interior del Govern Aragonès, Joan Ignasi Elena, ex dirigente de los socialistas y hoy en la órbita de ERC (socio de Junts, partido surgido del espacio posconvergente). El decorado es el mismo de quince años atrás, pero los actores han intercambiado sus papeles. El tiempo modifica ideas y afinidades, transforma visiones, separa y agrupa gentes.
Espadaler y Elena son dos ejemplos respetables de cómo el procés ha reconfigurado compromisos, incluso más de lo que podemos ver a simple vista. Durante la última década, el catalanismo se ha convertido, mayormente, en independentismo. Elena ha seguido esa vía, Espadaler no lo ha hecho. Ambos son tipos razonables, a los que uno buscaría para facilitar acuerdos. Presumo que figuras de este estilo van a tener protagonismo a partir de ahora, si la lógica de bloques se flexibiliza y hay voluntad de atar consensos por encima y por debajo del conflicto
Hoy, el Govern administra los restos de un relato caducado que sólo ERC se ha atrevido a revisar
El independentismo catalán triunfó forjando un relato potente a partir de 2012 (“el dret a decidir”), pero fracasó en las decisiones políticas, sobre todo tras la celebración de la consulta participativa del 9 de noviembre de 2014, cuando la aceleración de los tiempos, la desconfianza, el menosprecio del principio de realidad, y la actitud autoritaria de Madrid abocaron una demanda democrática de calado histórico al colapso. Hoy, el Govern administra los restos de un relato caducado, que sólo los republicanos se han atrevido a revisar parcialmente. Esta narrativa gastada forma parte de lo que se aparcó para evitar nuevas elecciones: la estrategia independentista. Por eso, el nuevo Ejecutivo catalán semeja, a ratos, una película mal doblada, en la que los diálogos no casan con la escena que vemos. ¿Hasta cuándo durará esto?
Aragonès y sus consellers siguen usando el ambiguo término “embate democrático”, que parece destinado a barnizar de unilateralismo lo que es posibilismo. Ayer mismo, en estas páginas, el vicepresident Puigneró –tras aclarar que la vía unilateral no es la primera opción– afirmó que el 1-O “ya demostramos” que esta “es posible”. El número dos del Govern sabe que eso no fue así, pero evita que el relato-espejismo se desvanezca. Más ambigüedad. De momento, la consellera de Acció Exterior, Victòria Alsina, es la única dispuesta a desmarcarse del primigenio guión procesista, al declarar que “lo que no encajó bien a nivel internacional fue la cuestión de organizar un referéndum unilateral”; le cayeron encima las maldiciones de los talibanes de turno.
Las unilateralidades del Estado tampoco tienen premio. El Consejo de Europa votará pronto una resolución muy dura con la justicia española y la sentencia del Tribunal Supremo, además de hacer una llamada al diálogo. Esto se ha sabido la misma semana que el Tribunal General de la UE ha devuelto la inmunidad temporalmente a los eurodiputados Puigdemont, Comín y Ponsatí. También en Madrid muchos deberían reescribir su cuento catalán.