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Francesc-Marc Álvaro | Soplar y sorber a la vez
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21 jun 2021 Soplar y sorber a la vez

Hay cosas que son muy difíciles de hacer a la vez, por ejemplo, soplar y sorber. Es imposible. Se puede sorber y soplar de manera consecutiva, alternando los dos movimientos, pero coordinarlos no debe de ser fácil. Todavía debe de ser más difícil si es un gobierno quien lo intenta. ¿Podrá el Govern que preside Pere Aragonès soplar y sorber a la vez? Los últimos días, ha intentado hacerlo, con los focos puestos sobre cada gesto del president y sus consellers: encontrarse con el presidente de Corea del Sur sin acudir a una cena con Felipe VI; dar confianza a las élites empresariales en la reunión del Cercle y viajar a Waterloo para proyectar unidad; apostar por el diálogo con el Gobierno, pero no asistir a la conferencia que Sánchez da hoy en el Teatre del Liceu…
 
Para entender la disciplina que se impone a sí mismo el Govern hay que tener en cuenta cuatro factores. Primero: la voluntad de gestionar el día a día con eficacia no ha enterrado la agenda independentista de mínimos (al margen de discrepancias estratégicas), concretada en la demanda de un referéndum pactado y de amnistía; segundo: Aragonès es un pragmático que sabe que, para avanzar en la mesa de diálogo, es imprescindible hacer visible que el conflicto perdura a pesar del cambio de tono; tercero: el rechazo a la figura del Monarca es alto en la sociedad catalana desde el 3 de octubre del 2017; y cuarto y muy destacado: los indultos para los dirigentes del procés son un paso importante, pero las inercias punitivas continuarán como una herida abierta, con los juzgados 13 y 18, las causas contra manifestantes o el Tribunal de Cuentas, que es un no-lugar inquisitorial, donde la indefensión atroz de los investigados es más propia de un Estado totalitario que de una democracia plena.
 

El pasillo de la representación política “normal” es muy estrecho y está lleno de minas

 
Aragonès (también el vicepresident Puigneró) no quiere caer en la gesticulación reactiva e improductiva de Torra, está clarísimo. Pero el pasillo de la representación política “normal” es muy estrecho y está lleno de minas, que pueden estallar en cualquier momento. Por otra parte, es sintomático (más allá de las declaraciones plausibles de Javier Faus) que un público como el del Cercle, tan dócil ante el menosprecio del PP, se haya mostrado, en cambio, frío y molesto porque el conseller de Economia de un Gobierno independentista recuerda que con un Estado
propio muchos obstáculos desaparecerían. La tranquilidad política que anhelan los patricios locales debería incluir el escuchar a Giró con más empatía de
la que demostraron ante Mas-Colell, cuando el prestigioso sabio advertía que Madrid enviaba a la sociedad catalana contra las rocas.
 
La intención de soplar y sorber a la vez es el resultado de una normalidad que no será tal mientras dure la represión, así como de una compleja lucha de relatos, que se produce en varios escenarios: dentro y fuera de Catalunya, entre independentistas, entre partidos de ámbito estatal, entre el Govern Aragonès y el Ejecutivo Sánchez, y entre la prensa de Barcelona y la mayor parte de la prensa de Madrid. Deberemos acostumbrarnos a vivir (y dialogar) bajo una permanente ducha escocesa.

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