15 jul 2021 El espejismo letal
Como ciudadano responsable que ha seguido todas las indicaciones, recomendaciones y prohibiciones de las autoridades para frenar la pandemia del coronavirus, confieso que estoy cabreado y desfibrado ante el panorama que estamos viviendo. Me cuesta entender el modo de obrar del Govern en este asunto a partir de junio, y también me resulta un misterio la manera peculiar de actuar de aquellos de mis conciudadanos que –tengan la edad que tengan– han decidido comportarse como si la amenaza ya no existiera, sin vacunarse, sin hacer cuarentena y sin observar las medidas básicas de prevención que hemos ido aprendiendo. En resumen: siento que, de alguna manera, me ha fallado la administración y me está fallando una parte de los que, como un servidor, pagan impuestos y aceptan que alguien (elegido en las urnas) se ocupe del interés general. Los profesionales sanitarios, como siempre, están en la brecha, estos no nos fallan, afortunadamente.
Josep Corbella, el periodista de esta casa que cubre estas cuestiones, publicó ayer un análisis muy esclarecedor en el que utilizaba la expresión “operación de autoengaño colectivo” para describir la situación. Un autoengaño en el que –como él subrayaba– los medios también tenemos una parte de responsabilidad. Corbella añadía que las señales de alarma relacionadas con la variante delta –muy virulenta– fueron ignoradas por las autoridades catalanas y sustituidas por mensajes triunfalistas que conectaban con las expectativas que todos nos hemos hecho de un verano más normal que el del año pasado. En pocos días, el Govern ha dado la vuelta a su discurso y ahora estamos desconcertados: la confusión no alimenta la confianza, más bien todo lo contrario, y esto favorece el sálvese quien pueda. En este lío, el botellón juvenil del fin de semana es un exorcismo sin diablo que celebra la ignorancia simulando que ensalza la osadía.
Siento que me ha fallado la administración y me está fallando una parte de la ciudadanía
Mención aparte merece el doctor Argimon, que parece haber perdido su magia de orador convincente al ponerse la capa inflamable de conseller, porque la distancia entre un máximo responsable político y un alto cargo técnico es siempre mayor de lo que parece. Argimon comparece ahora ante los medios y la ciudadanía sin escudo, las decisiones sobre la covid en Catalunya están en sus manos (y las del president) y esta circunstancia lo coloca en un terreno de desgaste que no pisaba durante su responsabilidad como secretario de Salut Pública. La fábula de Argimon es ilustrativa: los expertos nos gustan porque queremos creer que están libres de pecado; cuando el experto se convierte en político, descubrimos que el arte de gobernar tiene poco que ver con las certezas que nos proveen las ciencias, entonces descubrimos que sintetizar intereses no es tan fácil como sugiere el encanto del técnico que habla desde su huerto bien acotado.
Siempre el autoengaño. Es irónico. El procés tiene mucho de autoengaño y ahora resulta que somos víctimas del mismo síndrome al abordar la última ola de la pandemia. A pesar de ser un pueblo a quien se relaciona con las virtudes de los fenicios como buenos comerciantes, el catalán parece caer fácilmente en la trampa lírica de una realidad otra. Nos fascina el “como si”. Como si no hubiera pandemia, como si pudiéramos vivir un verano de postal, como si todo el mundo ya estuviera vacunado… Del autoengaño pasamos automáticamente al espejismo, que es una fantasía de nuestra mente que desplaza la realidad y la sustituye. Ahora, sin embargo, el espejismo resulta letal: más personas enfermas y más ingresados en las ucis, los datos son contundentes. También más muertos entre gente joven, que alguien ha pintado frívolamente como invulnerable. Para ser justos hay que decir que el espejismo que nos atrapa también es producto del miedo de los gobernantes a contradecir a la ciudadanía en general y a algunos sectores económicos en particular.
Como un puñetazo, recibimos hoy los discursos oficiales que nos piden más sacrificios contra la covid. Costará más que hace un año, el espejismo nos ha malacostumbrado, estábamos al final, se decía. Los de arriba nos habían animado y ahora nos desaniman: ¿cuándo los tenemos que creer? Somos aquel Sísifo que empujaba pendiente arriba una gran piedra cada día. Los que hemos aceptado sin protestar todas las medidas de la administración y hemos sido empáticos con los gobernantes desbordados sentimos hoy una extraña sensación: la responsabilidad que hemos ejercido se ha devaluado.