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Francesc-Marc Álvaro | Un olvido
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23 sep 2021 Un olvido

No pensaron en ello. Ahora van a enmendarlo, dicen. Muy bien. Miquel Iceta tiene una magnífica ocasión para demostrar que la presencia de un catalán al frente del Ministerio de Cultura proveerá una nueva perspectiva a las políticas en este ámbito. El borrador del proyecto de ley general de Comunicación Audiovisual no contemplaba cuotas específicas para las lenguas cooficiales como el catalán, el euskera y el gallego en las plataformas de vídeo a demanda, caso de Netflix, HBO o Amazon Prime. Ello dejaba a los hablantes de estas lenguas (y a los creadores en estas) en la más estricta intemperie, tratados como ciudadanos de segunda. La vicepresidenta Calviño ha expresado que el Gobierno “está absolutamente comprometido con la protección de las lenguas cooficiales, porque es una parte de la riqueza de nuestro país”. Celebremos que un error tan grave sea corregido. Y saquemos algunas lecciones de este olvido institucional.
 
En primer lugar, el episodio nos recuerda que las inercias burocráticas de la administración central (los muchos expertos al ser­vicio del Ejecutivo español) carecen de un espíritu plurinacional acorde con la estructura autonómica, lo cual acaba convirtiéndose en un centralismo por defecto, incluso cuando el contexto (crisis catalana y mesa de diálogo) es un evidente recordatorio de los deberes pendientes. En la mentalidad del Estado pro­fundo, lo periférico aparece como algo que puede relegarse fácilmente. La maquinaria oficial considera de forma inconsciente que la lengua española que debe ser protegida es únicamente el castellano, los idiomas auto­nómicos están fuera del foco, son otra cosa.
 

La ley audiovisual muestra que los separadores son más activos que los separatistas

 
En segundo lugar, la noticia permite constatar la dificultad de implantarse todo lo que vendría a ser una mentalidad federalista, dentro y fuera de las instituciones. El PSOE podría interpretar esto como un fracaso de gran calado, en el caso de que el asunto quitara al sueño a sus dirigentes, pura fantasía. En este sentido, está claro que, dentro del socialismo español, la partida la han ganado los que pueden asumir fácilmente lo que escribió Gregorio Peces-Barba en 1998: “La España plurinacional está ya en la Constitución con la idea de la nación de naciones y de regiones. Lo que no está es la idea de un pluralismo de naciones, en igualdad de condiciones, donde desaparece la idea de España como nación abarcadora e integradora de las restantes”. No parece que los ministros de Podemos tengan mucha influencia en las carpetas donde se necesita esa sensibilidad plurinacional.
 
Y, en tercer lugar, el borrador de la ley audiovisual nos recuerda que los separadores siempre han sido más activos y eficaces que los separatistas. ¿Qué idea de la españolidad trasmite el olvidar la lengua primera de unos ciudadanos que pagan sus impuestos como los demás? Por otro lado, es significativo que a las quejas de los productores y artistas de cada autonomía no se hayan sumado sus colegas en Madrid. Pedro Laín Entralgo, en 1970, le decía a Porcel algo que hoy no muchos in­telectuales españoles suscribirían: “Cuando un castellanohablante oye conversar en catalán a su lado, su reacción inmediata es de sorda o expresa irritación. A mí me parece brutal, injusta, esta actitud, pero hay que partir de esta realidad si nos queremos desenvolver dentro de la vida real española. La presencia del catalán rompe los esquemas de la España vista desde aquí. El imperialismo, que decía ­usted, muy a menudo no es sino pereza, rutina, falta de imaginación”. Iceta tiene mucha tarea por delante.

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