ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Botellones, un debate imposible
7056
post-template-default,single,single-post,postid-7056,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

30 sep 2021 Botellones, un debate imposible

Hablamos de ello como si fueran ovnis. Los macrobotellones que se han producido últimamente en Barcelona, Madrid y otras ciudades están generando un debate que, sin querer, ilumina las debilidades y dificultades de la conversación democrática que nace del desconcierto que provoca lo inédito. La discusión pública en torno a este problema acaba consumida por el fuego de la desinformación, los prejuicios y un paternalismo omnipresente. Las tertulias de radio y televisión sobre este asunto son un escaparate sensacional de la manera como cada uno aprovecha para proyectar sus fantasmas. Algunos políticos lo utilizan en la batalla partidista de un modo muy chapucero.
 
La complejidad del fenómeno es altísima. Estamos ante un acontecimiento viejo y nuevo a la vez. Hace años que los jóvenes se encuentran en la calle para consumir alcohol, pero ahora hay un cambio de escala evidente. Este periódico ha preguntado a algunos expertos. El sociólogo Jordi Busquet aporta un diagnóstico matizado: “Creo que lo ven como una aventura, porque muchos de ellos son chavales sensatos. Pareciera que la idea inicial es esa y luego se acaba descontrolando. Aunque tampoco me gusta victimizarlos. Lo han pasado mal, es cierto, pero también esta ha sido una generación muy consentida, con los padres muy encima, y con poca autonomía para crecer. Es algo que debería estudiarse también: soportan menos la frustración. Son hijos únicos o dos hijos con padres que se han desvivido para que no les falte de nada, y ahora tienen poca capacidad de superar la frustración”. Con todo, seguro que hay un trasfondo más denso, es algo con causas muy diversas. Además, no todos los jóvenes que participan en un macrobotellón piensan ni hacen lo mismo.
 
Hay una tendencia a buscar obsesivamente relaciones de causa-efecto que lo expliquen todo. Se habla del cierre de los locales de ocio, de la necesidad de consumir a precios asequibles, de las ganas de socializar tras los confinamientos, del reto de desafiar las prohibiciones… La aparición de una violencia de notable intensidad (agresiones sexuales, ataques con armas blancas, robos, destrozos vandálicos y enfrentamientos con las fuerzas policiales) desplaza el debate a un terreno donde lo político se hace presente sin filtro: el consentimiento ante la norma, la autoridad de las ins­tituciones, la gestión del orden público, la ­responsabilidad de los gobernantes… En Catalunya, cualquier discusión sobre el uso de la violencia legítima es más difícil que en otros lugares de Europa: sectores mainstream no se han acostumbrado todavía a que el poder autonómico disponga de una policía. El mayor Trapero podría hacer una tesis al respecto.
 

La discusión acaba consumida por un paternalismo omnipresente

 
También hay quien, con buena fe, quiere ubicar el centro de gravedad de este debate en la pérdida de valores y el incivismo. Lo siento, pero ya es tarde para ello: hace mucho que determinados entornos de opinión influyentes dictaminaron que hablar de estas cosas era una pérfida trampa conservadora. Que eso se escribiera desde la calle Mandri y no desde el Raval (donde la gente no se puede pagar seguridad privada) ya indica el nivel de impostura que nos ha intoxicado. Nos queda, claro, un gran comodín argumental para salir del paso: el malestar. Yo también lo he utilizado: atribuir los macrobotellones a un malestar difuso y genérico, que sirve para explicarlo todo sin aclarar nada. Es políticamente correcto.
 
Porque hablar de nihilismo y estupidez de las masas sonaría hoy demasiado fuerte en una sociedad que tiende a pensar que el maestro, cuando riñe, no tiene razón.

Etiquetas: