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Francesc-Marc Álvaro | Paddy, que estás en los cielos
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14 oct 2021 Paddy, que estás en los cielos

Nos hizo muy felices y es justo que brindemos (con whisky y Guinness) por él, ahora que está en los cielos. Ha fallecido Paddy Moloney, uno de los grandes. Su nombre tal vez no les diga nada, porque su música, a pesar de ser sensacional, ocupa esas estanterías secundarias donde se guarda el folk, la música popular-tradicional o lo que llamaron luego world music, para que sonara más fino. El genial Paddy era el líder, fundador y alma del grupo irlandés The Chieftains, cuyos discos y directos son de los que crean afición. Tuve la enorme suerte de escucharlos y verlos en directo siendo muy joven y me enganché para siempre. Aunando virtuosismo, tradición, originalidad y un sentido del humor incandescente, este dublinés y sus compinches nos han regalado piezas que abren boquetes sin final en el alma del que escucha, tanto para llorar en solitario como para beber en alegre compañía hasta que aparecen las luces del alba.
 
No acabé de entender bien el arte de Moloney hasta que viví en Dublín y fui acogido por gente franca y amable que me enseñó algunas cosas importantes. Comprendí que el dolor y la fuerza de ánimo habitan en la misma habitación que la compasión y un profundo sentido de la amistad, desprovisto de dobleces. Y comprendí también que la emigración puede ser una forma de vivir en un país sin estar en él, y que la memoria de las violencias vividas nunca se supera del todo, solo puede guardarse en el formol de la resignación y la fatiga. Y noté el desapego hacia una Iglesia con demasiados pecados a cuestas.
 

Moloney y sus compinches nos han dado piezas que abren boquetes en el alma

 
Con The Chieftains nos llegó la música de Irlanda y del universo celta, que recorre un mapa de sortilegios y hermandades secretas, con parada obligada en esa Galicia que Paddy Moloney tanto quería, la tierra de la que, además de grupos consa­grados como Milladoiro, surgieron otras formaciones que pusieron banda sonora a nuestras aventuras juveniles, como Xorima, cuyo primer disco es una joya que sigo escuchando.
 
Perdido una noche en las calles de Dublín, alejándome de los turistas que llenaban los locales de Temple Bar, creí ver al viejo Paddy tocando la flauta irlandesa en una esquina. Me acerqué y el espejismo se desvaneció: era un vagabundo que, a cambio de algunos euros, convocaba los fantasmas de James Connolly, la condesa Markievicz y Patrick Pearse.

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