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Francesc-Marc Álvaro | Un guiñol sin riesgo
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Xavier Cervera

28 oct 2021 Un guiñol sin riesgo

Tras la salida de la canciller Merkel de escena, no es fácil dar con líderes de gran nivel en Europa, lo cual incluye la mayor parte de lo que ocurre en la política española y la catalana. Comparados con muchos de sus predecesores, los gobernantes que ahora deciden las políticas que marcan nuestras vidas (desde la esfera municipal hasta todo lo que depende de la UE) son pequeños. Observamos los acontecimientos en Barcelona, en Catalunya y en Madrid, y la pequeñez domina el paisaje. No es únicamente un efecto de los sondeos entre quienes asesoran al líder, hay algo más. Lo táctico devora lo ­estratégico, la pugna entre partidos es zafia, los argumentos son consignas… La idea de contención y su­pervivencia organiza el día a día del gobernante, mientras el riesgo tiende a desapa­recer. El teatro de la política se ha convertido en un guiñol sin riesgo.
 
El político y profesor canadiense Michael Ignatieff escribe esto en sus memorias: “Aprendí que uno no puede refugiarse en la pureza moral si quiere lograr algo pero, de igual modo, si sacrifica todo principio, uno pierde la razón por la que entró en política para empezar. Estos son los dilemas esenciales de la vida política, pero también los que hacen la política emocionante. No se puede lograr nada a menos que uno se ponga en riesgo. A veces, sentí que la impaciencia de los votantes (sobre todo, entre los votantes más jóvenes) con los compromisos necesarios de la vida política era una opción demasiado fácil y su disgusto con los políticos una excusa para justificar su propio fracaso a la hora de dar un paso adelante y participar”. Retengamos lo esencial: nada se logra sin ponerse en riesgo. Hoy por hoy, la mayoría de los gobernantes dedican muchos esfuerzos a evitar, eludir o postergar el riesgo inherente a decidir, que es el corazón de su tarea. Es una paradoja, es un hecho lamentable y una cierta forma de corrupción política inadvertida, pues incumple el contrato básico entre electores y elegidos. El gobernante que rechaza el riesgo es tan irresponsable como el que se mueve temerariamente.
 
Ahí estamos. El escenario catalán nos sirve de ejemplo. La posición del Govern que se desprende del nuevo decreto sobre energías renovables ha dejado insatisfecho a todo el mundo, seguramente porque se teme que una posición mucho más ­clara generase un nivel de impopularidad y conflicto que el president Aragonès y sus consellers no están dispuestos a soportar en estos momentos. No hay que confundir una solución de consenso con una iniciativa política vacilante o desprovista de convicción. Pero gobernar es apostar (tras escuchar a la sociedad) y eso puede salir bien, mal o regular. ¿Por qué no se explica sin ambages que una política excesivamente restrictiva sobre parques eólicos y demás renovables nos hace dependientes de otras infraestructuras también polémicas como las líneas de muy alta tensión que traen la energía desde Aragón?
 

La posición del Govern que se desprende del decreto sobre energías renovables ha dejado insatisfechos a todo el mundo

 
A lo mejor, resulta que ser gobernante consiste en saber explicar bien y de manera adulta que un mundo perfecto no será posible, sabiendo que ello dolerá a una parte del electorado, al que se ha malcriado con mensajes paternalistas. Entre el ordeno y mando de los autoritarios y lo que tenemos ahora, hay una calle muy ancha que es precisamente la del riesgo democrático. La impaciencia y el disgusto de los votantes –por tirar del hilo de Ignatieff– no pueden ser la gran coartada para ponerse de perfil.
 
Pasemos al escenario español. El presidente Sánchez asumió un riesgo con la concesión de los indultos a los ­dirigentes independentistas condenados, una decisión que muchos, en la esfera socialista, no compartían. Pero se impuso el criterio del líder y, finalmente, no hubo cataclismos. Desgraciadamente, esa audacia no ha sido la constante y vemos que Sánchez conduce con un pie en el freno. Valga como ejemplo de ello la reforma repetidamente postergada de la po­lémica ley de Seguridad Ciudadana, conocida como ley mordaza. Por otro lado, la negociación de los presupuestos generales, que está llegando al final, nos dará pistas claras sobre el nivel de riesgo real que el líder socialista quiere asumir.
 
Gustave Le Bon escribió que “uno de los hábitos más peligrosos de los hombres políticos mediocres es prometer lo que ­saben que no pueden cumplir”. Lo dijo cuando la democracia era algo lento. Hoy, con la velocidad de la política en red, las promesas apenas se anclan en la memoria colectiva.

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