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Francesc-Marc Álvaro | La CUP y la cuarta pared
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Imagen de un pleno en el Parlament de Catalunya LV

15 nov 2021 La CUP y la cuarta pared

Imaginemos que la CUP no existiera. Imaginémoslo unos instantes para intentar ver mejor cómo funciona la mecánica de la po­lítica catalana. Si sacamos a los anticapitalistas de la ecuación, nos damos cuenta de que las compañeras del partido más pequeño del bloque ­independentista hacen una tarea única y especial que, de tan corriente como es, todavía no la hemos valorado lo ­bastante. ¿En qué consiste? En romper la cuarta pared de la representación política. Me explico: cuando parece que la acción se desarrolla con total verosimilitud en el teatro ­institucional, los cuperos ­consiguen congelar la escena e interpelar al público, como en las obras en que los actores se dirigen directamente al ­patio de butacas rompiendo las convenciones clásicas. ­Todo el país espera (es un decir) el resultado de la asamblea cupera sobre los pre­supuestos de la Generalitat.
 
En la negociación de las cuentas, los anticapitalistas han conseguido, entre otras cosas, que el Govern Aragonès relativice apuestas políticas que parecían muy importantes, como la de los Juegos de Invierno y la del macroproyecto de ocio y turismo conocido como Hard Rock. Los vetos y exigencias constantes de la minoría del bloque independentista deja a los otros dos partidos en una posición tan vulnerable, inestable y débil que rebaja notablemente la credibilidad (y la consistencia) de la interpretación que hacen –con más o menos gracia– republicanos y junteros. La última palabra la tiene siempre la CUP, y queda muy claro el mensaje que fulmina la cuarta pared: “Ey, ciudadanía, mirad lo fácil que es que esta pandilla cambie de criterio, no son coherentes como nosotros”.
 

El problema es que ERC y Junts son incapaces de echar del escenario al socio más pequeño

 
El problema no es que los anticapitalistas sean los dueños de la escena. El problema es que ERC y Junts son incapaces de echar del escenario al socio más pequeño, el que permite afirmar que el independentismo tiene en la Cámara el 52%. Con el paso al lado de Mas a instancias de los cuperos se abrió una dinámica que todavía no se ha cerrado, y que perdurará mientras ERC y Junts no sean capaces de explicar dos cosas en público, que son muy evidentes pero da miedo verbalizar. Primera: que las tres formaciones no están de acuerdo en lo sustancial que da sentido al bloque, que es cómo se repiensa y se aplica una estrategia para alcanzar la autodeterminación. Segunda: que, en la defensa de los intereses generales y el impulso de las políticas básicas, no se puede hacer nada sin contar con el PSC. Si Junqueras y Puigdemont salieran a proclamar estas realidades, no romperían la cuarta pared, harían algo mejor: pincharían el globo de la ficción procesista.
 
El papel de la CUP como sancionador sagrado de las políticas y de las cuentas del Govern durará lo que dure la fábula que sirve para tapar lo que hay: que no todos los independentistas quieren lo mismo ni de la misma manera.

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