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Francesc-Marc Álvaro |  
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24 dic 2021  

 
Pedro Sánchez ha demostrado que su verdadera vocación es el cine, no la política. ¡Qué gran director de películas nos hemos perdido! ¡Qué lástima para el séptimo arte! El miércoles, el presidente compareció para anunciar (con el ademán solemne de plástico que exhibe siempre como quien saca unos canelones congelados para hornearlos) que se recupera la obligatoriedad de ir con mascarilla por la calle; al cabo de unos minutos, desde el Gobierno matizaron el anuncio, sobre todo a raíz de las reacciones en las redes, no precisamente entusiastas. Amigas y amigos, lo que Sánchez nos mostró es un mcguffin de grandes dimensiones, para tenernos distraídos y simular que hace algo sustancial ante la actual ola del virus. ¿Política? No, juegos (baratos) de manos.
 
Un mcguffin es un recurso narrativo –popularizado en el cine por el maestro Alfred Hitchcock– que capta inmediatamente la atención del espectador, pero que, como se ve después, tiene poca o ninguna importancia en la trama real de la historia. El mcguffin actúa como una especie de anzuelo que atrapa y que despista al mismo tiempo, y que prepara el terreno para los giros de guion que vendrán y que nos descolocarán. Sánchez, que es un político enganchado a los impactos sobre la opinión pública, pretende imitar al mago del suspense desde la Moncloa. Pero tiene un problema: su película no es creíble, el truco no cuela, no es verosímil. No es que nos quiera llevar por los terrenos de su imaginación, es que nos toma por idiotas.
 

La película del presidente español no es creíble, el truco no cuela, no es verosímil

 
La prueba más clara del tropiezo estrepitoso del jefe de Gobierno socialista es que la gente de orden –entre la que me cuento– esta vez nos hemos plantado y hemos dicho que la mascarilla “se la pondrá su tía”, para utilizar una expresión popular que el tío Baixamar repite a menudo. La gente de orden –los que no somos antivacunas, ni antisistema, ni hacemos caso de Bosé– hemos dicho “basta”. La mascarilla al aire libre no sirve para nada. Muchísimos expertos lo han dejado muy claro.
 
No sé qué autoridad dijo que la mascarilla en la calle, en realidad, servía solo como señal de aviso, y con eso ya está todo dicho. Estoy por imitar al amigo Josep Martí Blanch y ponerme una zanahoria en la cabeza, como metáfora del absurdo de algunos gobernantes. Quien dice una zanahoria dice un pepino o un nabo.

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