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Francesc-Marc Álvaro | Solo ante el peligro
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02 ene 2022 Solo ante el peligro

Estoy sentado detrás de la puerta, en la penumbra. En vez de sostener un rifle, voy armado con la tercera dosis de la vacuna. Llamadme Flanagan o llamadme O’Casey, pero tenedme presente en vuestras oraciones. Estoy solo ante el peligro, tengo miedo pero me sobrepongo y pienso que es mejor plantarle cara que intentar huir. Ya han caído muchos de mis amigos: Sílvia, Carles, Montse, Xavier, Manolo… Todos ellos han sobrevivido pero lo han pasado mal. He tenido suerte hasta hoy, pero la suerte es como una botella de whisky en una partida de póquer: siempre se termina.
 
Tengo los cinco sentidos puestos en el enemigo que acecha. Todos estamos en sus pérfidas manos. Desde que llegó al pueblo, se adueñó de nuestra voluntad y no tiene compasión. En los condados vecinos, tampoco pudieron pararle, se zafó con facilidad del sheriff y de los marshals que le perseguían, y burló incluso a las tropas federales que enviaron para acabar con él desde Fort Laramie. Está en busca y captura desde hace un par de años, pero su habilidad para cambiar de aspecto le convierte en un asesino sin parangón. Es tan letal como habilidoso cuando se entrega a su labor devastadora.
 

Tengo los cinco sentidos puestos en el enemigo que acecha; es tan letal como habilidoso

 
Oigo el rumor de la calle mientras cuento los minutos hasta que llegue mi hora. Puedo oír el viento de la tarde, la ausencia de niños y viejos, la tristeza a la puerta del saloon­, el banjo de Joe sonando por los muertos, que ya contamos por millares. Tarde o temprano voy a ser presa del killer más odiado al oeste de Topeka. Pero no se lo voy a poner fácil, voy a luchar antes de ser herido, tal vez muerto, por este bastardo. Maldigo a los idiotas que nos dijeron que nunca llegaría hasta aquí. Maldigo a los necios que, cuando el telégrafo anunció que sus pasos se acercaban, siguieron con sus cosas como si nada, ajenos al mal que el predicador McCoy había visto en sueños, poblados por ángeles en llamas.
 
Aquí está el año nuevo, amigos. Puedo contarlo y brindo por ello. Tal vez será mi último trago. Espero detrás de la puerta, mascando el tabaco que me regaló Sam, con el que cabalgué durante la guerra. Mi alma está en paz: he pagado mis deudas, he escrito un par de cartas, dejo mis pocas pertenencias a Kimberly, esa pelirroja vivaz que tal vez me amó. Cuando sea la hora, recibiré a ese indeseable como se merece.

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