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Francesc-Marc Álvaro | No sabemos quiénes
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24 feb 2022 No sabemos quiénes

Se atribuye a Pío Cabanillas –el padre, no el hijo– una frase que condensa de manera sensacional la lógica descarnada que mueve a los que, ante la caída del líder, salvan su pescuezo olvidando al que los colocó en el puesto: “No sabemos quiénes, pero vamos a ganar”. Parece que el avezado político gallego –ser gallego es un plus en estas lides– formuló su regla de oro a las puertas de un congreso especialmente liado de esa Unión de Centro Democrático que, tras ser el partido motor de la transición, se disolvió como un azucarillo en el café cuando todos los poderes (formales e informales) decidieron que había que dar la patada al presidente Suárez. El gran Paco Umbral escribió, el 13 de noviembre de 1981, que “hay que cazar a Suárez, no porque lo hiciera bien o mal, cuando lo hizo y deshizo, sino porque es el parvenu político, el bastardo ideológico”. El cronista del spleen añadió que el duque “no sabía que las cien familias no perdonan que la gran derecha es mucho más que una derecha grande”. Ahí siguen las mismas familias, negando la posibilidad de un 3% ayusista, porque los populares no serán tan pardillos como esa Convergència que cambió su nombre para sortear el descrédito.
 
Lo que va de ayer a hoy. La traición es la misma y la pulsión cainita de la derecha cel­tibérica también, pero Adolfo Suárez dejó un legado importante mientras Pablo Casado se va dejando a Feijóo una derechona extraviada y más pequeña, cautiva de los ultras de Vox en subida imparable hacia los palacios de in­vierno y de verano. El líder cesante fue centrista los martes y jueves, mientras imitaba las consignas de Abascal los lunes, miércoles y viernes; en sábado y domingo, emitía ocurrencias sobre el sol, la ganadería y las artes cinegéticas. Nunca dio Casado con su centro de gravedad, vacilante ante unos competi­dores extremistas que decidieron tunear el aznarismo espiritual con las danzas húngaras de Viktor Orbán y la batidora de fake news de Donald Trump.
 

Pablo Casado no tiene relato para ensayar su supervivencia, se ha convertido en una sombra ágrafa sin épica

 
Aznar ejerció un liderazgo fuerte y Rajoy un liderazgo firme, matiz que no es baladí. El primero sobreactuaba (todavía lo hace) y el segundo sabía ponerse de perfil como nadie. No fueron carismáticos, no lo pretendían, su liga era la del control férreo, no la de la seducción. Ambos se rodearon de personas más preparadas que ellos. Casado, que no tenía las virtudes de ninguno de sus predecesores, armó un equipo manifiestamente mejorable, por ello su número dos, García Egea, no le ha servido de fusible. Lucía Méndez ha escrito que Casado estaba solo y, entre otras cosas, “ninguneó a todos los que le eran leales”. Amor con amor se paga, también en política, donde, a veces, el moroso no lo parece.
 
El peor enemigo de Casado ha sido Casado. En eso se parece a Albert Rivera, el otro hijo de Aznar, promesa también truncada. Archie Brown, autor de un libro de obligada lectura sobre liderazgo, apunta que “existen muchas formas de ejercer un liderazgo político eficaz, y también muchas formas de fallar”. Casado falló en lo estratégico, en lo doctrinal, en lo orgánico y, finalmente, en el factor humano. A diferencia de Pedro Sánchez, al que los suyos también apuñalaron, Casado no tiene relato para ensayar su supervivencia, se ha convertido en una sombra ágrafa sin épica. Brown nos recuerda lo básico: “Líderes que creían saber más que nadie y que no admitían desacuerdos han cometido errores monumentales”. Tomen note los interesados.
 
A Feijóo le esperan a la vuelta de la esquina, con el trabuco cargado de fotos y dossiers. Es Madrid, son las cien familias.

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