27 feb 2022 El carnaval de Putin
Será que me hago mayor, pero la invasión rusa de Ucrania –con sus bombas, sus heridos, sus muertos y sus desplazados– me ha quitado las ganas de celebrar el carnaval, fiesta a la que tengo apego por haber nacido en una ciudad donde estos saraos forman parte del ADN colectivo. Siempre me choca, al verlo en el cine o leerlo en las novelas, que –por ejemplo– la gente tuviera ganas de bailar en Barcelona mientras Londres era bombardeada por la Luftwaffe, en los aciagos días de la batalla de Inglaterra, cuando los británicos resistían solos ante Hitler. Esta vez, más que otras ocasiones, será muy difícil no pensar en el sufrimiento de las gentes de Kíev mientras uno se disfraza alegremente en Vilanova i la Geltrú, Solsona, Sitges o Platja d’Aro. Tras un año sin Don Carnal por la pandemia, su retorno es agridulce.
Y hablando de disfraces, es curioso que algunos no se hayan dado cuenta del verdadero rostro de Putin hasta ver que los tanques rusos se pasean por la plaza Maidán como si fueran autobuses turísticos. Si la careta que usamos para subvertir la realidad no deja de ser una proyección inadvertida de nuestro carácter, no hay duda de que el presidente ruso nos ha ofrecido su mejor y más elocuente disfraz cuando ha tenido el detalle de aparecer por televisión para anunciar que Ucrania, la Unión Europea y la OTAN se iban a enterar de lo que vale un peine. En el Kremlin no van de farol y, además, gozan de una gran ventaja: saben que en París, Berlín, Roma y Madrid ningún gobernante está hoy dispuesto a justificar que mueran soldados de sus respectivos países para defender la soberanía de Ucrania.
Será muy difícil no pensar en el sufrimiento de las gentes de Kíev mientras uno se disfraza
Un ministro del zar, en el siglo XVII, le explicó a un viajero francés que el anhelo de Rusia era extender su dominio en todas direcciones, siempre. Fiel a la tradición, Putin demuestra que la historia puede ser una noria que nos obliga a caminar en círculo, como asnos. A la vez, las sanciones contra el régimen ruso ponen en evidencia que la retórica solemne de Bruselas es decepcionante cuando se confronta con los hechos y tiende a ser una mascarada. Los ucranianos están solos ante su agresor.
Ya lo he dicho: no sé cómo vivir el jodido carnaval mientras otros europeos están siendo sacrificados en el altar de una realpolitik que apenas disfraza la enorme vergüenza –digamos– occidental.