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Francesc-Marc Álvaro | Políticos con discurso de plástico
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07 abr 2022 Políticos con discurso de plástico

Hemos tocado fondo. Veo a un político catalán de segunda línea por la tele y sus palabras solo tienen un objetivo: negar la gravedad de los hechos sobre los que el entrevistador insiste, como mandan las reglas del oficio. Al dirigente se le pregunta por la situación interna del partido que representa y todas las respuestas describen un paisaje de “normalidad”, en el que todo está “previsto” y las cosas “van como tienen que ir”. Lo cierto, sin embargo, es que esta formación ha visto despedirse, de repente, a una de sus figuras principales, en medio de críticas y reproches. La situación de estas siglas es, cuando menos, complicada, pero la persona que se somete al escrutinio periodístico ha puesto el piloto automático y no se sale de un guion de fantasía que parece escrito por Disney. El discurso que emite este portavoz está tan alejado de la realidad que es absurdo. Estamos ante un ejercicio retórico de supervivencia que va contra el mínimo respeto que merece al público en cualquier democracia. Lo que veo y oigo es irritante: constato que nos toman –una vez más– por imbéciles.
 
No es un problema que afecte a un solo partido, es una tendencia nefasta que va arraigando, entre políticos catalanes y españoles de varios colores. La cosa funciona así: le pregunten lo que le pregunten, el político debe colocar su mensaje, que, en general, niega o elude las premisas factuales de las que parte su interlocutor . Lo tiene que decir con una gran sonrisa, y con un tono que desprenda convicción y una tranquilidad impostada. Puede utilizar alguna muletilla retórica del tipo “eso lo tenemos muy claro”. En estas intervenciones, quien da la cara por un determinado proyecto debe ser repetitivo como un muñeco y debe crear una nube de vaguedades verbales que lo mantenga muy lejos de las cosas concretas.
 
El impacto de esta manera de hacer sobre el ciudadano-votante es doble: hay un efecto anestesiante y también hay un efecto de incredulidad que conduce directamente a la sospecha y la desafección. Los que caen derrotados por la sedación retórica de los que hablan sin decir nada son como la rana que muere feliz dentro de una olla de agua hirviendo. En cambio, los que observan con estupefacción estas intervenciones públicas se sienten expulsados de la representación política y se alejan de los procesos propios de la deliberación democrática. Si las palabras de la política ya no tienen un peso específico, su relación con los hechos se ablanda, se diluye y pasa a ocupar un lugar secundario. Los discursos inconsistentes son el muro de protección de esos políticos que olvidan que sus acciones –y no su relato– deben ser el centro de gravedad de su actividad.
 

El objetivo es ocupar minutos en los medios sin asumir el riesgo de decir algo

 
Las palabras de plástico convierten la política en un juego de ocultación rutinario que se vuelve inadvertido. El objetivo es practicar una transparencia hueca, ocupar minutos en los medios sin asumir el riesgo de decir algo. La presencia ritual como ausencia calculada de confrontación con lo real acaba fabricando un vacío de sentido, que contribuye a hacer de la política un teatro ininteligible donde nadie es responsable de nada. Por contraste, las intervenciones telemáticas del presidente Zelenski nos muestran el valor inmenso de la palabra que pesa, con responsabilidad y autoridad.
 
Un líder –que no fuera populista– que hablara con el respeto, la claridad y la franqueza que merecemos los adultos que votamos y pagamos impuestos sería una gran novedad, una ruptura. Y tendría el indudable atractivo de quien no teme perder.

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