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Francesc-Marc Álvaro | Miedo y entusiasmo
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14 abr 2022 Miedo y entusiasmo

Era un mundo impensable hasta hace pocas semanas, era un mundo distópico fruto de guionistas motivados con o sin substancias estimulantes. Hoy, desgraciadamente, es una realidad que cuesta entender y digerir. Mientras la guerra empezada por Putin en Ucrania va camino de enquistarse, los partidos ultraderechistas crecen en Europa y adquieren apariencia de algo supuestamente normal; en Francia, la posibilidad de que Marine Le Pen alcance la presidencia de la República es mucho más que una hipótesis. Pero no hace falta poner nuestra mirada en el país vecino para constatar que algo se está moviendo y lo hace en una dirección inquietante: la derecha española –que es socia de las derechas antifascistas europeas- ha pactado un gobierno regional con Vox, formación ultra que exhibe una agenda de regresión constitucional que incluye, entre otras medidas, enterrar el modelo autonómico.
 
Vayamos a los clásicos, no perdamos el tiempo. Adorno, en Ensayos sobre la propaganda fascista, nos da una pista excelente para analizar lo que está ocurriendo ahora: “El agitador fascista es habitualmente un vendedor magistral de sus propios defectos psicológicos”. Perdidos en la hermenéutica posmoderna de las batallas culturales, tal vez habíamos olvidado lo más obvio de este tipo de ofertas, a saber: la psicología del miedo (bien explotada con todo tipo de amenazas reales o imaginarias) y la psicología del entusiasmo (bien alimentada con toda suerte de promesas, coros y danzas). Para que el miedo y el entusiasmo sirvan de caldo de cultivo de los pesebres ultras es necesario que se conviertan en actitudes muy generalizadas, que puedan compartir también aquellos que no se sienten atraídos por esa música.
 
De ahí que, como se ha comentado en el caso francés, pueda esperarse un trasvase de un segmento de votantes del izquierdista Mélenchon a Le Pen; tampoco sería nada nuevo: está documentado que el original Frente Nacional que fundó Jean-Marie Le Pen -padre de la candidata de Reagrupamiento Nacional- captó bolsas importantes de viejos votantes comunistas, desengañados y extraviados ante todo tipo de transformaciones sociales.
 
Mucho se ha hablado del miedo como abrelatas de los partidos que actualizan la tradición fascista en Europa, ya sea en las formas hoy suavizadas de Le Pen o en la retórica más dura del húngaro Viktor Orbán. En cambio, hemos prestado menos atención al entusiasmo planificado que estas fuerzas tratan de trasladar a sus seguidores y potenciales votantes. El entusiasmo es la cara B del resentimiento que mueve estas maquinarias electorales, una cobertura dulzona que consigue arrastrar voluntades, con una mezcla especial de desprecio a los adversarios políticos, demonización de ciertos colectivos (inmigrantes, feministas, homosexuales, gitanos, académicos, periodistas), y rebeldía muy sobreactuada contra algunos consensos mainstream. Por ejemplo, los de Abascal se presentan desafiantes frente a ciertos asuntos, no para cambiar el sistema, sino para conectar con las zonas más reaccionarias del mismo, aunque huérfanas de representación parlamentaria.
 

Aires de falangismo recauchutado se mezclan con caspa prémium y las recetas de Steve Bannon

 
Los expertos han constatado que muchos jóvenes franceses han votado esta vez por Marine Le Pen. Asimismo, varios sondeos indican que, en España, se produce una penetración alta de Vox entre los electores más jóvenes, los que tienen entre 18 y 24 años. El entusiasmo es un elemento clave para que la juventud se suba al carro de unos proyectos que se escenifican como rupturistas en relación a la generación de sus padres, resignados a dar utilidad a los partidos convencionales, a pesar de los pesares. Los ultras, aquí y allí, retransmiten en directo su crecimiento electoral y su presencia en los medios como una aventura irreverente. Hace pocos días, un diputado de Vox en la Cámara catalana lanzó un discurso nacionalcatólico (con solemnes vivas a “Cristo Rey” incluidos) tan auténticamente exagerado que puede decirse que esta gente ya está en otra fase. Aires de falangismo recauchutado se mezclan con caspa prémium y las recetas de Steve Bannon, el ideólogo de Trump.
 
Pero tenemos memoria. William Sheridan Allen anota esto en su monumental libro La toma del poder por los nazis: “Está claro que, para 1932, al menos algunos vecinos de Northeim [pequeña localidad alemana donde 65 habitantes se pasaron de los comunistas a los nazis] estaban listos para cualquier dictadura, siempre que garantizara una revolución”.

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