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Francesc-Marc Álvaro | Massot, la piedra y el junco
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28 abr 2022 Massot, la piedra y el junco

El martes, durante el funeral en Montserrat del padre Josep Massot i Muntaner, se recordó que una de las divisas de este gran intelectual fue “fortiter in re, suaviter in modo”. Ciertamente, el eminente filólogo, historiador y editor era un hombre de formas amables y cordiales con las que alcanzaba sus objetivos, marcados por la claridad, la voluntad, el rigor y una tenacidad envidiable, blindada contra dificultades y obstáculos. De hecho, este lema casa perfectamente con alguien que era como la encarnación de la piedra y el junco, dos elementos de la naturaleza muy especiales. Massot era la piedra que va puliendo otras piedras, y era el junco que parece a punto de romperse, pero es flexible y fuerte. Para sacar adelante todo lo que dependía de su criterio y gestión, este hombre de fe y de letras mallorquín actuó como piedra y como junco. Las culturas –grandes o pequeñas– necesitan personas de este tipo para robustecerse.
 
A Massot no le pasaba nada por alto, te podía sorprender con la corrección de un dato que parecía secundario pero no lo era. Minucioso y exigente, ningún detalle quedaba fuera de su radar. Gracias a las reuniones del consejo de redacción de la revista Serra d’Or, pude disfrutar de la inteligencia y del sentido del humor –finísimo– del padre Massot, que soltaba siempre, con elegancia, las palabras adecuadas para centrar un debate o explicar un asunto que era de su interés. Sus silencios, acompañados con esa sonrisa de curiosidad y discreción imperturbable, nos preparaban para la frase que, más de una vez, nos podía dejar fuera de juego.
 
Hasta el último momento, prestó atención al bullicioso día a día, con mirada larga, mente abierta y una gran generosidad con todos los que tuvimos la enorme suerte de poder colaborar con él. No sé cómo lo hacía, pero estaba al corriente de la vida cultural en todas sus expresiones, desde un autor conocido solo por minorías hasta el último fenómeno de la cultura de masas; dicen que dormía poco, eso le permitía arañar horas para el estudio. Tenía en la cabeza toda la tradición cultural y por eso podía comprender el valor de lo que es nuevo o se pretende original.
 
A pesar del tiempo que pasó en los archivos, no podemos hablar de Massot como de un intelectual encerrado en una torre de marfil, hay que pensar en un sabio que hacía activismo cultural de alto nivel. Su compromiso con el país lo convirtió en una referencia del último medio siglo catalán, como responsable de la editorial más antigua de Europa y como director de la revista Serra d’Or y otras cabeceras. Pero el suyo fue un activismo cultural sin ruido, sin protagonismos exagerados, sin alharacas. Muy lejos de la sobreactuación típica de nuestro presente, Massot estaba más ocupado en hacer (y ayudar a hacer) que en mostrar lo que había hecho. Por cierto, son muchas las personas que pueden dar testimonio de cómo el apoyo de Massot fue importante en sus respectivas carreras como escritores, historiadores, artistas, etcétera. Repartir juego y apostar sin paternalismos por las nuevas generaciones también formaba parte de su talento.
 

Lejos de sobreactuar, estaba más ocupado en hacer (y ayudar a hacer) que en mostrar lo que había hecho

 
Ahora que hay tantos debates (algo espasmódicos) sobre el futuro de la lengua catalana, la supuesta decadencia de Barcelona, el desinterés de la clase política por la cultura o las complejas relaciones institucionales entre el Principat, València y las Baleares, no estará de más remarcar que Massot trabajó siempre con una visión amplia de la cultura y la lengua que compartimos catalanes, valencianos y mallorquines, con una normalidad ejemplar. Y lo hizo desde Montserrat y desde Barcelona, siempre con los ojos puestos en Europa. Me gusta consignar esto, justamente cuando celebramos los cien años del nacimiento de Joan Fuster, otro referente sin el cual no podemos hacer el relato de una sociedad que, a trancas y barrancas, pasa de las coordenadas de la resistencia a las coordenadas desconcertantes del mundo global.
 
Es magnífico que Netflix, HBO y Disney ofrezcan sus películas en catalán, como lo es que Rosalía cante en la lengua de Ramon Llull, como lo es que Londres dedique una semana a las letras catalanas, como lo es que la película Alcarràs llegue a las pantallas de medio mundo. Pero tengamos presente que todas estas cosas existen porque, antes y sin esperar ni la fama ni la riqueza, personas como Josep Massot i Muntaner –imagínenlo joven y esperanzado durante los difíciles años sesenta– allanaron el camino.

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