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Francesc-Marc Álvaro | El relato y el secreto
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05 may 2022 El relato y el secreto

El exceso de buena suerte ha convertido a Pedro Sánchez en un adicto a las jugadas maestras de contornos agónicos. Así salvó la reforma laboral, con una carambola de las que hacen época. El pasado lunes, a primera hora de la mañana, el ministro Bolaños, acompañado de la ministra Rodríguez, ofreció una rueda de prensa para informar de algo que los gobiernos nunca cuentan: se ha espiado al presidente y a la ministra de Defensa. Esto sucedió tras una densa semana en la que el llamado Catalangate enrareció las relaciones del Ejecutivo central y sus socios, especialmente ERC, sobre todo tras las palabras de Margarita Robles en el Congreso de los Diputados, una intervención fuera de guion que justificaba un espionaje masivo que no se ha negado ni confirmado oficialmente.
 
Al titular de Presidencia le tocó intentar desplazar la atención, buscando un cambio de conversación pública por acumulación de crisis, lo que en catalán llamamos embolica que fa fort: que se deje de hablar del espionaje denunciado por los independentistas catalanes (verificado por una institución independiente y prestigiosa como The Citizen Lab) y que se hable del espionaje del que ha sido víctima precisamente el Gabinete al que se exigen responsabilidades políticas por el uso del programa Pegasus, contra varios presidentes de la Generalitat, diputados y abogados de los encausados por el procés. Es la estrategia (muy conocida) de que un relato saca otro relato, como un clavo saca otro clavo. Pero esta narrativa de urgencia de la Moncloa tiene un coste enorme: pone en evidencia un fallo grave en los servicios de inteligencia españoles, algo que solo puede desembocar –tarde o temprano– en el sacrificio de su directora, Paz Esteban (en funciones de fusible para intentar salvar a Robles).
 

Pedro Sánchez ha preferido hacer (mal) relato que hacer (buena) política

 
Me parece que Iván Redondo habría tenido otro plan –más sofisticado– para atravesar este temporal, pero el reputado spin doctor vasco ya no está en la Moncloa y, en esta ocasión, se ha notado mucho. Así que Sánchez ha preferido hacer (mal) relato que hacer (buena) política, pensando que podría salir de esta diluyendo el Catalangate en un “todos hemos sido espiados” que, a su vez, disolvería su responsabilidad. Pero los efectos de la jugada son imprevisibles. Que el PSOE se haya sumado a las derechas para bloquear la creación de una comisión de investigación indica dos cosas: Sánchez no acaba de comprender el alcance de este escándalo y menosprecia a sus socios y aliados parlamentarios, algo que le lleva a ejercer una presidencia sostenida únicamente sobre la táctica y el miedo a la llegada del PP con Vox al poder.
 
La película ya no va de supervivencia (asignatura en la que Sánchez está doctorado), va de política. Y política fue –por ejemplo– lo que hizo Robles en otros tiempos, cuando se empleó a fondo contra la guerra sucia de los GAL, muy lejos de la actitud que hoy exhibe. Abandonar la política para confiar en el cuento circunstancial es ingenuo, aunque parezca astuto. ¿Cuántas vulneraciones de derechos fundamentales estamos dispuestos a soportar como sociedad? Michael Ignatieff, político e intelectual canadiense, ha escrito que una democracia “en la que muchos jueces otorgan una deferencia indebida a las decisiones del poder ejecutivo y en la cual el gobierno se niega a una revisión contradictoria abierta de las medidas que adopta no tiene muchas probabilidades de mantener el equilibrio adecuado entre seguridad y libertad

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