17 jul 2014 El que Mas no farà
Hace pocos días, después de hacerle una visita oficial, los dirigentes de Societat Civil Catalana, grupo partidario del no a la independencia y de prohibir cualquier consulta donde eso se pueda preguntar libremente, descubrieron que el president de Catalunya «tiene las ideas claras». Ellos lo consignaron con preocupación, quizás porque desconocen que Artur Mas es cartesiano hasta la médula. La mayoría de catalanes hace tiempo que hemos comprobado que Mas no bromea y que, efectivamente, tiene claro su compromiso. Por eso defiende lo mismo ante todos los auditorios. Es bueno que -ahora que se anuncia una reunión entre Mas y Rajoy- recordemos cual es el objetivo principal del hombre que nunca había pensado que tendría una misión tan delicada entre manos.
Mas puede hablarlo todo con Rajoy, pero hay una línea roja que no puede traspasar, como no se cansa de repetir él mismo: no puede renunciar a convocar una consulta sobre el futuro de los catalanes. El líder de CiU no puede renunciar a ampliar la democracia. ¿Por qué? Porque lo llevaba en su programa y porque la mayoría de la sociedad catalana -las encuestas hablan de un holgado 80%- está de acuerdo con este procedimiento. Hacer que el referéndum sea legal de acuerdo con la Constitución de 1978 es, como han señalado varios juristas, un simple asunto de voluntad política y, por lo tanto, un riesgo que debería asumir Rajoy. Pero el presidente del Gobierno español -según fuentes de alto nivel- hace meses que resume su actitud ante el proceso soberanista con una frase muy gráfica: «Si me muevo, me matan».
¿Quién mataría a Rajoy si pareciera que negocia algo con Mas? Una parte de la derecha, la misma que añora a Aznar, la que aplaude UPyD y C’s, la que querría poner al president de Catalunya en la cárcel hoy mismo. Y el PSOE, que no quiere parecer dudoso cuando se habla de la patria, como ya ha subrayado el nuevo líder, Pedro Sánchez. El manifiesto liderado por Vargas Llosa, que recupera la retórica frentista contra ETA y la aplica perversamente al pacífico caso catalán, es la expresión más auténtica y sincera de los que vigilan que el presidente no se salga de la ortodoxia españolista que va de la FAES al todopoderoso socialismo andaluz.
Las cosas están así. Es cierto que Mas ha declarado que se podría negociar con Madrid la fecha y la pregunta de la consulta en caso de que Rajoy modificara su posición, pero hay que introducir dos observaciones. Primera: cualquier acuerdo -como ha recordado el líder catalanista- debería tener el visto bueno del resto de partidos pro referéndum. Segunda: cualquier pregunta no puede excluir la posibilidad de la independencia aunque prevea otras, como de hecho ya pasa con la pregunta doble que ahora está sobre la mesa. Este segundo punto -la opción de la secesión- es el que cuesta más de asumir en Madrid, sobre todo por todos los que cometieron el terrible error de despreciar el alcance y la naturaleza de un movimiento que ha superado la lógica de los partidos y que -como ha certificado algún patricio catalán- pone en evidencia la distancia entre las clases medias y las élites del país, así como la obsolescencia de las palancas de control que sirvieron para que el guión de la transición no alterara los equilibrios profundos de poder. Que la ANC peque de naíf algunas veces no significa que la ciudadanía movilizada no sea consciente -a pesar de las amenazas- del poder que tiene en estos momentos.
Muchas conjeturas y especulaciones que leo sobre la futura reunión de Mas y Rajoy olvidan un dato básico, esencial: estamos donde estamos porque, ante el bloqueo de la autonomía a partir de 2010, una idea que era minoritaria -la independencia- ha sido asumida con naturalidad por una mayoría social y eso ha generado una nueva centralidad en Catalunya y ha trastocado la agenda española. Si este hecho no se tiene presente, se puede caer en el error de pensar -como hacen algunos analistas- que el líder de CiU aceptará, finalmente, lo que en Madrid denominan un apaño. Eso es lo que, en ningún caso, Mas no hará. El tiempo no pasa en balde. El president ahora habla y actúa en nombre de un país nuevo que no tiene nada que ver con el paisaje del pujolismo. La nostalgia o el orgullo hace que algunos utilicen mapas antiguos para encontrar la salida.
Mas encarna la figura del convergente moderado a quien la suma de decepciones y engaños ha transformado en soberanista, una mutación que se da sobre un dirigente de orden. A diferencia de Junqueras, el president no es un independentista de pata negra, y por eso se parece a la mayoría de mujeres y hombres que han abrazado el proyecto del Estado independiente en los últimos tiempos. Mas no cambiará ahora de personaje, los papeles de esta obra ya se han repartido. Y eso no pasará aunque, a medio plazo y después de las elecciones españolas del 2015, el PP y el PSOE plantearan una reforma constitucional para abordar un pseudofederalismo consistente en rebajar las competencias de todas las autonomías menos de las tres históricas y Andalucía. Esta recentralización encubierta es una posibilidad que explican en privado algunos colaboradores del líder del PP.
Mas y Rajoy hablarán, pero de nada servirá la política en los despachos si no se da la voz a quien la pide.