11 feb 2016 Toni Batllori està en perill
Sufro por la suerte del gran Toni Batllori, caricaturista de La Vanguardia. Desde el lunes, temo que ordenen su encarcelamiento por apología del magnicidio o algo por el estilo. Hace cuatro días, el colega encargado de la tira que abre la sección de Política de este periódico dibujó a Rajoy dentro de un ataúd. ¿Quién nos dice que no habrá algún juez de la Audiencia Nacional que interpretará de manera literal la ficción caricaturesca que ha creado Batllori para hacernos pensar, sonreír y entender el momento político? Los profesionales de la opinión dibujada tienen licencia para hacer estas cosas, cuando menos en las sociedades democráticas. Sin este tipo de licencias, una democracia deja de serlo. Si el dibujo de Batllori cayera en manos del juez que ha ordenado encarcelar a dos titiriteros en Madrid, nuestro querido compañero quizás tendría que buscar abogado inmediatamente. Les recuerdo que dos titiriteros –excarcelados ayer después de cinco días de prisión– son tratados hoy como terroristas en España, no es una noticia de Arabia Saudí, China, Irán, Venezuela, Rusia, Turquía o Egipto. Cuesta creerlo pero esto está pasando.
Alguien del equipo de la alcaldesa Carmena cometió el error de programar un espectáculo de marionetas pensado para público adulto en una sesión destinada a los niños, dentro del carnaval. El asunto es desafortunado y las autoridades de Madrid ya han pedido perdón por la metedura de pata mientras el caso se ha hinchado desde la oposición y los entornos conservadores. Lo que debería ser un asunto local se ha convertido en noticia de alcance general porque un juez ve en estos títeres un posible delito de apología del terrorismo. Parece que la aparición de una pancarta con el mensaje “gora Alka-ETA” dentro de la historia representada ha abierto la caja de los truenos. Como si no fuera evidente que este detalle es una parodia que forma parte de un registro satírico y caricaturesco propio de este tipo de funciones. También se ha remarcado que la obra contenía escenas violentas que podían herir la sensibilidad, un asunto opinable pero al margen de toda consideración penal, a menos que, a partir de ahora, los poderes públicos quieran perseguir también la mayoría de obras de Shakespeare, las películas de Rambo o un clásico como Bambi.
Desconozco si la obra La bruja y don Cristóbal es un ejemplo magnífico del teatro de marionetas contemporáneo o si es un espectáculo malo, pero eso es irrelevante a efectos de lo que aquí abordamos. Porque el asunto que nos ocupa es la libertad de los creadores –los excelentes y también los mediocres– para hacer y difundir lo que quieran sin temer represalias. En una sociedad abierta, las restricciones a los derechos fundamentales de opinión, expresión, conciencia y creación deberían ser contadísimas y excepcionales. Lo contrario sería el retorno a la censura, una práctica que imperó durante el franquismo y maleducó a varias generaciones, como recuerdan nuestros padres.
No se me escapa que la derecha madrileña no tiene manías a la hora de presentar el gobierno de Carmena como un grupo peligroso, ni tampoco se puede desvincular este episodio de los fuertes recelos que genera en muchos círculos de poder la aparición de Podemos. En Catalunya, sabemos bien hasta qué punto existe una estrategia planificada para demonizar ciertas opiniones y movimientos, lo que ahora sufre la gente de Iglesias no es nuevo. Nazis, etarras, yihadistas son epítetos que se aplican a los soberanistas catalanes hasta el aburrimiento, desde varios medios y tribunas institucionales.
Lo que interesa a cualquier demócrata de verdad es preservar la libertad de expresión, de pensamiento y de creación también cuando la ejercen los que piensan de manera diferente. El verdadero espíritu liberal –en sentido primigenio– se pone a prueba cuando hay que defender las reglas de juego en beneficio de los que tienen ideas, valores e intereses que no son los nuestros. Es cierto que este ejercicio no es fácil ni sencillo, porque entre nosotros también circulan los que difunden discursos de odio y mensajes destructivos, a menudo contrarios al sistema de libertades y de derechos. Pero nadie dijo que vivir en democracia fuera descansado. Por eso hay que hilar muy fino y por eso hay que esperar que los jueces sean prudentes, coherentes y proporcionales cuando abordan estas realidades delicadas. Deben hacerlo así para evitar arbitrariedades, abusos de poder y ridículos impropios de un país de la Unión Europea. Batllori dibujando el cadáver de Rajoy no tiene nada que ver con un asesino. Y un titiritero mostrando una pancarta con un lema paródico no tiene nada que ver con un miembro de ETA o de Al Qaeda.
Podemos dar poca o mucha importancia al encarcelamiento de los dos artistas de la compañía Títeres desde Abajo. Si lo miramos como una anécdota, estamos poniendo en peligro nuestra manera de vivir. Utilizo la misma expresión que repetimos cuando nos solidarizamos con los periodistas y caricaturistas de Charlie Hebdo, víctimas de los fanáticos. Ampliar la libertad, no reducirla, he ahí lo que nos exige nuestro siglo.