27 may 2016 Sinceritat perillosa
El último número de la revista Panenka dedica a Pep Guardiola un buen montón de páginas de excelente periodismo. No soy nada futbolero, pero me interesan mucho las figuras –de la disciplina que sea– que consiguen liderar, innovar y transformar los cánones. No hay duda de que Guardiola ha hecho que observemos el deporte de masas de otro modo. Y me quedo con una anécdota que explican Roger Xuriach y Aitor Lagunas: algunos de sus futbolistas hicieron mofa a las espaldas de Guardiola de algo que el entrenador explicó cuando recibió la Medalla d’Honor del Parlament, concretamente que amaba su trabajo por “el instante mágico” en el que sabía, antes de un partido, que su equipo ganaría.
No creo que se pueda ser más sincero sobre la propia intimidad. Guardiola enseñó por un momento el botón –digamos– de su pasión y de su éxito, su Rosebud, sea dicho con permiso de Orson Welles. En general, los creadores –y todavía menos los genios– no explican casi nunca esta parte oscura, secreta e incomprensible de su oficio y de su talento. ¿Por qué tendrían que revelar el misterio de un don que constituye el epicentro de todo lo
que son y de todo lo que hacen? Guardiola habla del “instante mágico” en que prevé el triunfo de los suyos, y algunos se ríen y otros quizás piensan que el de Santpedor va muy sobrado. Pero yo –que no he tratado a Guardiola y sólo sé de él lo que los medios proyectan– me inclino a pensar que esta confesión es una expresión de felicidad pura, la felicidad de alguien que ha llegado a integrarse perfectamente –a disolverse, diría un arquero zen– en lo que busca y en lo que alcanza. La felicidad de alguien que ha montado y ha desmontado el reloj tantas veces que ha descubierto que el tiempo puede ser otro tiempo. Fue valiente Guardiola al decir aquello. Otro habría despachado la situación con un tópico poco comprometido y nada polémico.
¿Por qué algunos de los futbolistas del Barça bromearon de aquel momento de sinceridad del hombre que entonces los lideraba? Quizás les pareció que Guardiola estilizaba –poetizaba– demasiado lo que ellos viven de manera tan prosaica. No lo sé. Pero sí sé que estamos tan malacostumbrados a la pornografía de la sociedad del espectáculo que pensamos que las confesiones importantes de un famoso han que tener siempre que ver con asuntos de cama, de dinero o de autodestrucción. Queremos relatos estereotipados, previsibles y tranquilizadores. Pero no nos acaba de convencer que el genio admita que sabe perfectamente cuando su pintura, su sinfonía o su novela consigue ser y decir lo que él pretendía.
Algunos acusan a Guardiola de falsa modestia, mientras otros se ríen de
su magia. Hay que estar muy seguro de aquello que haces (y de aquello que no haces) para poder explicar que el mejor truco también puede ser la verdad.