01 jul 2016 Ironia escocesa
El rebote del Brexit coloca a Escocia en primer plano. Lo que hace interesante la actualidad es que muchas previsiones saltan por los aires. Lo que hace apasionante la historia es comprobar cómo esos imprevistos transforman la realidad. Asistimos estos días a un inusitado amor comunitario por los escoceses. El espectáculo es sensacional, pues incluye el desconcierto de aquellos que ahora no tienen más remedio que aplaudir al soberanismo escocés a fuer de europeísta, para paliar el malestar por el adiós británico. Juncker, reacio a recibir a Puigdemont, se abraza feliz ante las cámaras a la primera ministra Sturgeon. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.
El Gobierno de Escocia y el SNP están aprovechando la oportunidad con inteligencia. Saben que, con esta jugada, van a conseguir tajo: o quedarse en la UE con un traje a medida o la independencia (y seguir también en la UE). Si algo ilustra que las viejas soberanías están en crisis es precisamente la triangulación Escocia-Reino Unido-UE. No se trata de un problema sólo de identidad, es un asunto de necesidad. Para los escoceses es necesario formar parte de ese gran espacio de bienestar. Es el proyecto europeo –ironía suprema– lo que vuelve a impulsar el derecho a decidir de los escoceses, a quienes se amenazó con quedar fuera de la UE si votaban por la independencia. Ahora, cuando el Gobierno británico se desconecta de Bruselas, el soberanismo escocés apela a ese vínculo para recordar que una nación es –como escribió Renan– un plebiscito cotidiano.
Lo que estamos viviendo rompe la dura lógica estatal que rige la dinámica de la UE e intensifica la transformación de la soberanía, a la vez que certifica el pragmatismo de un club que siempre se adapta a lo que surge. Rajoy –presa del pánico– ha sido el primero en negar la evidencia y en advertir que la interlocución será sólo con Londres, sabedor de que un trato especial a Escocia abre una vía que el soberanismo catalán va a explorar a fondo, aunque se trate de experiencias diferentes. Sabedor también el jefe de Gobierno español de que un diálogo preferente con Sturgeon altera las reglas de juego y crea un precedente que entierra muchos de los argumentos apocalípticos que el ministro Margallo va repitiendo.
Anthony D. Smith, autoridad mundial en el estudio de los nacionalismos, escribió en el 2000 que, prisioneros de las imágenes del siglo XIX, no captamos “las enormes redes y los inmensos recursos culturales de los que se nutren las naciones modernas y que hacen que la nación sea mucho más tangible y perceptible que las identidades supranacionales o globales más amplias”, como la europea. Escoceses y catalanes –claramente europeístas– parecen llamados a superar esta división, creando una nueva identidad con lo mejor de ambos espacios de pertenencia.