09 nov 2011 Zapatero, el qui s’ho mira
En esta campaña, cómo deberíamos definir el papel de Zapatero? Algunos sabios dirían que se trata de una «ausencia significante», la figura que todo el mundo quiere olvidar, sobre todo sus correligionarios. Ahora nadie quiere a Zapatero y muy pocos de los que ayer escribieron grandes ditirambos sobre la criatura están dispuestos a reconocer hoy que formaban parte de un coro de optimistas que se dedicaron a enviar a paseo a todo aquel que dudara de la nueva maravilla que se hizo carne y habitó en el palacio de la Moncloa.
Zapatero llegó al poder en medio de una tragedia de grandes dimensiones y se marcha de él en medio de un drama cuyo final nadie sabe. Ha querido hacer historia, pero se ha puesto la historia por sombrero, como quien conduce un coche con remolque y acaba despeñándose por una carretera demasiado estrecha y empinada. Su solemnidad omnipresente es hoy chatarra en abundancia.
Él se lo mira. Ve como Rubalcaba debe salvar los muebles y recuerda la sonrisa de Solbes, que, después de negar la crisis en plena campaña electoral del 2008, se largó porque ya no era capaz de llevar la máscara que el presidente le había colocado. ¿Cuál debe de ser su sentimiento dominante mientras su partido avanza hacia la derrota? ¿Nostalgia del estadista que soñó ser? ¿Sensación de libertad de quien deja el cargo? ¿Resentimiento de quien cree que la gente le ha traicionado? Quizás todo.
Nos desfibramos en caída libre ante el no futuro de Mariano y Alfredo, pero nadie se hace cargo de los restos mortales del talante.