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Francesc-Marc Álvaro | Guinyol meu
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08 nov 2011 Guinyol meu

Cuando yo era pequeño, tenía un teatrillo de guiñol y un puñado de títeres de guante, unos con la cabeza de plástico (quizás de la casa Famosa, la misma de las muñecas) y otros con la cabeza de cartón, más toscos pero también más auténticos, a decir de la maestra. Mi play era este juguete, para entendernos. Con eso y el futbolín ya nos apañábamos. Ayer, contemplando (y escuchando, a ratos) el cara a cara de Rubajoy contra Rubajoy tuve ganas de entrar dentro de la pantalla y –con el permiso de Campo Vidal– ponerme a mover con más ritmo a los dos personajes de este cuento apasionante que es la campaña electoral, titulado Caperucita y el Lobo se aman cuando cae la noche. Porque –y aquí es donde noté algo que no puedo escribir en horario infantil– es evidente que no es la guerra sino el amor lo que dominará la próxima legislatura. Cuando digo amor, quiero decir el sexo seguro, institucional y adulto que es habitual, lo que en Madrid llaman solemnemente «pactos de Estado».

Todo será más fácil de lo que parece porque la coartada viene servida en bandeja de plata: la crisis económica y social, y su corolario de alarmas incesantes. Todo el mundo habla de la reforma laboral que el PP enfilará pronto pero, por las carreteras secundarias, nos llegarán otros proyectos, a cuál más abracadabrante. Algunas iniciativas, como una eventual reforma electoral pensada para disminuir el peso en las Cortes españolas de los nacionalistas catalanes y vascos, pueden encontrar finalmente su plasmación. Rubajoy ha venido para pasar el mocho.

Ayer noche, mientras intentaba mantener los ojos abiertos ante Rubajoy, una duda inquietaba mis adentros sin cesar: ¿la cabeza será de plástico o de cartón?

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