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Francesc-Marc Álvaro | Algú que ens salvi
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03 feb 2012 Algú que ens salvi

Cuando no son los chinos son los americanos. Ahora se habla de la posibilidad de que un magnate de Estados Unidos, Sheldon Adelson, decida que Catalunya es el mejor jugar para construir un macrocento de juego y ocio del estilo Las Vegas que, según se dice, podría dar trabajo (entre puestos directos e indirectos) a 279.000 personas en el largo plazo. La noticia interesa porque el paro es cada vez más agobiante y cualquier movimiento que apunte hacia la creación de empleo debe ser tenido muy en cuenta. Varios miembros del Govern han dicho que están considerando ubicaciones posibles, que deben estudiar la propuesta y que, en todo caso, no son partidarios de cambiar las normativas para adaptarlas a las demandas que pueda hacer la compañía para quedarse.

El debate entre partidarios y detractores de una iniciativa así es inevitable. Ahora bien, lo que me entristece de este tipo de anuncios es el trasfondo psicológico: nuestro país queda definido como una sociedad a la espera del golpe de suerte, del milagro, del aterrizaje providencial de un mesías empresarial que nos solucione la vida. La idea de alguien que nos salve llegando de fuera es letal para cualquier país que tenga alguna ambición más allá del ir tirando. En las postrimerías del Govern Montilla se hizo mucha propaganda con la posible implantación de una importante fábrica de automóviles china en Catalunya, una promesa que, como se ha comprobado después, contenía más humo que otra cosa pero que se vendió con grandes fanfarrias. Las inversiones exteriores son importantes, sin embargo, según cómo llegan o van a buscarse, tienden a mostrar nuestras vergüenzas y a poner en evidencia que, en realidad, no sabemos muy bien qué queremos ser de mayores.

¿Qué quieren ser Catalunya y Barcelona en esta Europa en la cual todo el mundo necesita una buena marca para existir? Hay que empezar a responder esta pregunta con sinceridad y con osadía, y no sólo porque el proyecto de Spanair haya fracasado. Que la capital catalana sea el primer puerto base de cruceros es un dato magnífico pero no podemos dormirnos. Turismo y ocio sí, pero también hay que pensar en el futuro más allá de esta actividad tan importante. La crisis reciente nos demuestra que poner los huevos en muy pocas canastas es cerrarse caminos. Se proclama que vivimos en la sociedad del conocimiento pero, a la hora de la verdad, lo que nos anima un poco es algún supuesto bienvenido Mr. Marshall que trae una maleta de plata y la quiere subastar entre Madrid y Barcelona.

¿Tendremos un Las Vegas en Catalunya? No lo sé. Sin embargo, mientras los consellers reciben posibles inversores forasteros, deberíamos ahorrarnos debates absurdos así como jugar con la esperanza de tantas personas que hoy necesitan de manera urgente un puesto de trabajo digno.

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