05 jun 2014 Sense sentit d’Estat
Hace días que no puedo quitarme de la cabeza, a raíz del conflicto de Can Vies, el impacto que me produce comprobar, una vez más, que en Catalunya hay poco sentido de Estado, lo cual es paradójico en una sociedad una parte importante de la cual se moviliza para conseguir un Estado independiente. Muchos queremos construir un nuevo Estado, mejor del que hoy sostenemos con nuestros impuestos pero, al mismo tiempo, nuestro sentido de Estado es flaco, escaso, débil y vacilante. Cuando escribo «sentido de Estado» quiero decir sentido institucional y de lo que representa el poder que proviene de las urnas. La política en tanto que arte de gobernar a partir del interés general no puede existir sin un sentido profundo de las instituciones, y eso interesa a las fuerzas de cualquier color, incluso a las que pronuncian un discurso más crítico, una vez aceptan participar en los circuitos convencionales.
Obviamente, no pido ni espero sentido de Estado por parte de los okupas ni por parte de ciertos sectores que basan su razón de ser en impugnar de manera general y frontal la democracia representativa y el capitalismo; estos grupos aspiran a sustituir -no a reformar- el sistema actual por otra forma de organización colectiva y, en su marco de interpretación, mi artículo no tiene sentido, si no es para manifestar que la mayoría de los periodistas somos «enemigos» a combatir. Tampoco espero sentido de Estado de los vándalos -que distingo de los grupos alternativos aunque estos no condenen la violencia de los primeros- que aprovechan una situación determinada para ejecutar su ceremonia de caos y destrucción.
¿A quién pido sentido de Estado? En primer lugar, a las autoridades municipales que -me parece indiscutible- no han actuado con la visión, la competencia y la coherencia necesarias en una crisis de este tipo. Que los interlocutores de Can Vies no hayan aceptado las ofertas del Ayuntamiento, que el juez vaya a su aire o que la oposición no colabore no son factores que puedan explicar completamente la gestión errática del gobierno municipal, los cambios inesperados de criterio y la aplicación de decisiones que han perdido de vista el interés general y han debilitado terriblemente la autoridad del alcalde y del Consistorio. Si yo fuera de Sants, me sentiría como un ciudadano de segunda al lado de los okupas de Can Vies.
En segundo lugar, no es propio de quien tiene sentido de Estado que el director general de un cuerpo como los Mossos d’Esquadra deje el cargo en medio de una crisis importante de orden público en la capital catalana. En política, los tiempos y la oportunidad lo son todo y debemos concluir que había muchos otros días -antes o después- para proceder al relevo del máximo responsable político de la policía autonómica. El conseller Espadaler debería haberlo tenido muy en cuenta. Con razón, el alcalde Trias se quejó de esta decisión, aunque tampoco es muy normal (ni de mucho sentido de Estado) que el concejal de Sants-Montjuïc subrayara que la actuación de los Mossos al empezar el desalojo no era asunto del equipo municipal.
En tercer lugar, no cuadra con un partido presente en el Parlament y en varios ayuntamientos no condenar la violencia vandálica o poner al mismo nivel esta y la utilización de la fuerza legítima por parte del cuerpo de Mossos. Entiendo que la CUP no quiere enemistarse con sus bases y que su éxito reside, sobre todo, en utilizar un lenguaje diferente del resto de formaciones, pero su retórica sobre el vandalismo es tan antigua como la de los que quieren criminalizar a David Fernàndez para mostrar una sandalia a un banquero que miente. Se puede sostener la existencia de violencias estructurales sin tener que pasar de puntillas sobre las acciones de una guerrilla urbana que hace mucho daño al país, empezando por los barrios populares donde actúa. También a la CUP debemos exigirle sentido de Estado, sin caer en paternalismos condescendientes. Desde el momento en que la CUP se pone al lado de CiU, ERC e ICV en el acuerdo para la fecha y la pregunta de la consulta supongo que asume -lo diga o no- que perderá su pureza original, para contribuir a un objetivo histórico, con verdadero sentido de Estado.
La lista que ilustra nuestra falta preocupante de sentido de Estado podría ser más larga y abonaría las tesis de los que consideran la sociedad catalana como una colectividad incapaz de autogobernarse. Así las cosas, fue significativo ver en la tele a una socióloga (que formó parte del Ayuntamiento durante los gobiernos de izquierdas) haciendo la apología acrítica de Christiania, el parque temático de los okupas ubicado en uno de los barrios de moda de Copenhague, como solución a las demandas de Can Vies; escuchando eso certifiqué la crisis de referentes de los que, durante décadas, se han atribuido el monopolio del progresismo. En este contexto de psicodrama tribal, no me extrañó que el Gobierno desplazara a Catalunya efectivos de la policía estatal.
Seamos autocríticos: necesitamos sentido de Estado con urgencia, antes del 9 de noviembre. En esta cuestión, echo de menos la vieja cultura del PSUC de los años setenta (recuerden los servicios de orden en las manifestaciones), una actitud que parece haberse esfumado dentro de la faramalla posmoderna. A ver si nos ponemos las pilas.