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Francesc-Marc Álvaro | Un miedo sintético
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14 feb 2020 Un miedo sintético

El doctor Antoni Trilla, jefe del servicio de medicina preventiva y epidemiología del hospital Clínic, ha dicho, a raíz de la cancelación del Mobile, que “el miedo ha ganado, de alguna manera, a la ciencia”. La frase es sensacional, porque nos recuerda que el progreso de la humanidad se concreta dando dos pasos adelante y uno hacia atrás. Hasta no hace tanto, el miedo siempre derrotaba a la ciencia, porque sacerdotes y brujos manejaban el botón de los miedos de acuerdo con las circunstancias y los intereses de cuatro. Durante la posguerra, el niño que fue mi padre tenía pánico a los automóviles negros que circulaban por la noche: según una leyenda urbana, los chavales pobres eran secuestrados por coches fantasma con el objetivo de sacarles la sangre, que se utilizaba para curar a los ­ricos, sobre todo a los enfermos de tuberculosis. La lucha de clases se expresaba con la novela gótica.
 
El relato ha ganado el pulso a la realidad, un síntoma posmoderno de manual. El miedo se ha impuesto a las evidencias exhibidas por los expertos. Pero el miedo no ha llegado –me parece– al común de barceloneses y catalanes; yo no detecto miedo entre familiares, amigos, conocidos, saludados y compañeros de trabajo. Es un miedo abstracto, como corresponde a una fábula global que acaba siendo puramente local, he ahí las ironías del cosmopolitismo de todo a cien; pero la realidad local más contundente (“aquí no pasa nada”) ha sido descuidada por los que toman decisiones a muchos kilómetros de distancia. Es –como digo– un miedo de diseño, un miedo sintético, un miedo inorgánico, un pre-juicio elevado a la categoría de hecho, barnizado con la solemnidad gerencial de los que mueven millones de euros.
 

El relato ha ganado el pulso a la realidad, un síntoma posmoderno de manual

 
Si pienso en un miedo tangible, debo recordar el que sentimos los de mi generación cuando, antes de cumplir los veinte, supimos de la existencia del sida. Eso era miedo, señoras y señores. Follar podía acabar muy mal, lo cual convertía los asuntos carnales en un escollo lleno de paranoias. Los primeros tiempos, no se sabía muy bien qué era ni qué debía hacerse para prevenir la enfermedad, y algunos amigos iban cayendo. Después de ese miedo, el resto de alertas médicas no me han impresionado mucho. Que la OMS haya declarado el coronavirus “enemigo público número uno del mundo” me ha dejado frío, lo confieso. Será que soy más moderno que posmoderno.
 
El amigo Iván de la Nuez me hace notar que Arco, la feria internacional de arte contemporáneo de Madrid que empieza a finales de mes, no se ha suspendido. Me siento un poco artista.

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