27 mar 2020 Pantallas íntimas
Un amigo single ha descubierto, durante el confinamiento, que el sexo virtual o telesexo se puede producir cuando menos te lo esperas. El episodio ocurrió sin ayuda de ninguna coartada vagamente poética, detalle que se agradece. Al parecer, él estaba tan tranquilo haciendo sus cosas ordinarias de confinado cuando, sin aviso previo, recibió un mensaje en el móvil de una conocida que le decía que se conectara al ordenador. Dicho y hecho: el encuentro íntimo mediante pantallas fue –por lo que dice mi amigo– una experiencia grata, pero no tanto como podría parecer. ¿Por qué? Mi amigo me cuenta que no se sintió lo bastante cómodo, algo se lo impidió.
Mientras la mujer actuaba con total libertad, como si los dos estuvieran en la misma cama, y no hubiera centenares de kilómetros de distancia entre los dos participantes en el juego sexual, el hombre iba con el freno de mano puesto, como si tuviera miedo de que las imágenes de aquel teleencuentro especial acabaran en las redes como todo tipo de contenidos. ¿Una explicación? Supongo que mi amigo, como la mayoría de las personas que ya no somos jóvenes, tiene un concepto de la privacidad que no casa bien con determinados usos de las tecnologías que nos hemos dado. Unas tecnologías que, entre otras cosas, hacen más soportable esta clausura que han dictado las autoridades para plantar cara al Covid-19.
El sexo vía Google Meet es, sobre todo, un gran espectáculo, más que una experiencia
El sucedáneo de encuentro erótico del que disfrutó (con contención preventiva) mi amigo hace pensar en la dificultad de tener hoy una vida verdaderamente privada. Los nativos digitales, nuestros hijos, todo esto lo ven muy diferente; de hecho, ellos flipan con según qué precauciones propias de los que nacimos cuando el aparato más moderno de nuestro hogar era el televisor en blanco y negro (y con sólo dos canales). Es un asunto generacional. Se ha escrito mucho ya sobre el fin de la privacidad, y la lección de los gurús es clara: acostúmbrense a este mundo de paredes de cristal porque no volverán al mundo de ayer. La conquista burguesa de la privacidad ha durado poco más de siglo y medio.
Escribe la profesora Paula Sibilia que los ambientes de nuestra vida íntima abandonan “la lógica del cuarto propio para devenir escenarios translúcidos”. El confinamiento, con tantas videoconferencias y videollamadas que muestran rincones de casa, multiplica brutalmente este efecto. Hay que saberlo. Por eso, a diferencia de mi amigo, su ocasional pareja ha entendido que el sexo vía Google Meet es, sobre todo, un gran espectáculo, más que una experiencia.