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Francesc-Marc Álvaro | El trumpismo del bombo
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21 may 2020 El trumpismo del bombo

Hay pensadores que especulan con la posibilidad de que la pandemia de la Covid-19 deje fuera de juego a los populistas que campan por todas partes. Es una hipótesis interesante, que provoca la felicidad de todos los que consideramos el populismo como una de las amenazas más graves para la democracia y los derechos básicos de la ciudadanía. Pero tengo muchas dudas al respecto.
 
Allí donde gobiernan los populistas, las percepciones del desastre en la gestión de la crisis no son iguales. Por ejemplo, en Brasil, es clarísimo que Bolsonaro tiene muchos puntos para no llegar al final de mandato, como han remarcado algunos analistas; en cambio, en Estados Unidos, el automedicado Trump podría surfear la emergencia con sus golpes de efecto, aunque, a finales de abril, el demócrata Biden iba seis puntos por delante del actual inquilino de la Casa Blanca. Si aterrizamos en Europa, el coronavirus parece que ha frenado el populismo de Salvini en Italia, ha reforzado la figura responsable de la canciller Merkel en Alemania, y ha contribuido a desgastar el brillo de Macron en Francia.
 

El grito de “libertad” oído en Núñez de Balboa tiene que ver con el individualismo insolidario

 
En España, como pudimos ver y escuchar ayer durante la sesión en el Congreso, el popular Casado ha decidido competir con los ultras de Vox a ver quién enciende la cerilla más grande, con un discurso que actualiza la versión hardcore de ese aznarismo que, bajo el mando comunicativo de Miguel Ángel Rodríguez, construyó y difundió un relato tremendista para hacer caer los gobiernos de González. El populismo incendiario de Abascal es imitado sin manías por el populismo de Casado, dos figuras criadas en la guardería de Aznar.
 
El líder del PP que subió ayer a la tribuna de la Cámara Baja quiere conectar, sobre todo, con los manifestantes de la madrileña calle Núñez de Balboa, los mismos que han adoptado a la popular Díaz Ayuso, presidenta autonómica, como patrona y defensora principal de su causa. En las recientes manifestaciones y caceroladas de los barrios conservadores de la capital española, los gritos más oídos son “Pedro Sánchez dimisión” y “Libertad”. Esta última expresión me ha hecho pensar en el liberalismo de cartón piedra que exhibe la derecha celtibérica cuando quiere representarse como una opción de cambio, una impostura en la cual sobresalió Esperanza Aguirre.
 
Este pseudoliberalismo-cuñadismo del PP aparece barnizado, a día de hoy, con una mano de trumpismo versión Manolo el del bombo, producto muy resultón que los ideólogos de Abascal utilizaron antes, con más sinceridad, gracia y sentido comercial. El asunto nos conduce, inevitablemente, a la reinterpretación aznariana de la derecha posfranquista, que tiene mucho que ver con la pervivencia de una cierta psicología contraria a las relaciones adultas entre responsabilidad y libertad. Como si la tradición autoritaria de la derecha española, una vez descafeinada por las reglas democráticas, encontrara salida mediante un individualismo primario y feroz, contrario a cualquier idea compleja del interés general. Pondré un ejemplo claro de este fenómeno.
 
En mayo del 2007, Aznar hizo una intervención paradigmática sobre su concepto de responsabilidad y de libertad, durante un acto organizado por la Academia del Vino de Castilla y León, que lo distinguió como Bodeguero de Honor. Las palabras del exjefe de gobierno fueron estas, se pueden encontrar en YouTube: “¿Quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber? Déjame que las beba tranquilo mientras no ponga en riesgo a nadie ni haga daño a los demás. A mí no me gusta que me digan: ‘no puede ir a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, no puede usted comer esto, debe usted comer esto, debe usted evitar esto, no debe usted beber esto y, además, a usted le prohíben beber vino’. No, mire usted”. Los que lo escuchaban se rieron y aplaudieron de lo lindo ante un presunto liberal que no tenía ningún miedo de enfrentarse como un héroe de taberna a las normativas ni al gobierno, entonces presidido por el socialista Zapatero. Las asociaciones de víctimas de accidentes de tráfico protestaron y Aznar recibió duras críticas.
 
El grito de “libertad” oído estos días en Núñez de Balboa (y en otras calles del Estado, incluidas los de algunas ciudades catalanas donde siempre hay alguien que afirma hacer “lo que me salga de los cojones”) no tiene nada que ver con el liberalismo ni con el ejercicio responsable de los derechos.
 
Sí tiene que ver, en cambio, con el individualismo insolidario y descarnado de esos que –como hacía Aznar en el 2007– se sitúan al margen del interés general y transforman su ­capricho en pseudoideología. Una parte de este personal puede sentir la atracción del populismo que ahora quiere parecer ­libe­ral, de la mano de Casado, Abascal, o quien sea.
 
¿Por qué? Porque hay medidas que, ciertamente, cuestan de entender y que provocan desconcierto y no poca irritación. Con las fases del desconfinamiento, la con­fusión podría crecer. Los populistas es­peran pescar en este malestar, que va más allá de los barrios pijos de Madrid, y que ­incluye a ciudadanos que votan cosas muy diferentes.

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