24 dic 2020 En manos de la polilla
El tiempo nos pasa por dentro y las noticias nos cuecen por fuera. Hechos de la España de ahora mismo: oficiales y suboficiales del ejército en activo apoyan, en un chat, a los altos mandos jubilados que recientemente han atacado al Gobierno, han emitido opiniones ultraderechistas y han hablado de fusilar a 26 millones de ciudadanos; Suiza cifra en 82 millones de euros los negocios en común del rey emérito y Corinna Larsen; los cuatro fiscales de la causa del procés advierten al Ejecutivo presidido por Sánchez contra eventuales indultos para los dirigentes independentistas catalanes en prisión. Son tres noticias que –sin necesidad de mentar al bicho pandémico– no contribuyen a generar optimismo, al menos en este cronista, no sé en ustedes. ¿Qué puedo hacer? Beber para olvidar o leer a Gaziel (que escribió mucho sobre estas cosas). Lo segundo no produce resaca.
La polilla que detectó el gran periodista catalán en los años treinta sigue ahí, como el dinosaurio del cuento de Monterroso. Es realmente sobrecogedor que, 85 años después, nos sirva todavía el diagnóstico que hizo Gaziel en un artículo que las autoridades censuraron y que debía publicarse en la edición de La Vanguardia correspondiente al 25 de enero de 1935, cuando el destino de la Segunda República estaba en manos de las derechas. Ese texto, titulado “Un país apolillado”, ha sido rescatado por el profesor Manuel Llanas en el volumen Obra inèdita de Gaziel . El principal experto en el autor de Sant Feliu de Guíxols también ha preparado otro libro, Obra dispersa, con varios textos del que fue brillante director de esta casa; ambos volúmenes –editados por Publicacions de l’Abadia de Montserrat– sirven para acercar un poco más al lector de hoy la obra del analista más agudo y solvente del periodo anterior a la Guerra Civil.
Es sobrecogedor que, 85 años después, nos sirva todavía el diagnóstico que hizo Gaziel en un artículo
La conclusión de Gaziel es la de un observador desesperanzado. En su opinión, la Piel de Toro “está acribillada materialmente por la polilla política”. Sus metáforas no son para ir a tomar el té: “Un enjambre de demagogos, caciques y logreros, repartido por todo el país, con su colmena principal erigida en el punto matritense, en el centro de España, va royendo día y noche –a través de todos los regímenes, pese a todos los cambios– la sustancia popular. Esa pobre piel carcomida un día fue manto de armiño imperial que cobijaba medio mundo. Pero de sí misma brotó la polilla que la ha ido royendo y recortando implacablemente siglo tras siglo. Y no hay manera de echarla: no hay naftalina indígena que pueda con ella”.
Ha llovido mucho desde que Gaziel fue censurado. Pero es indudable que, a pesar de las transformaciones acaecidas, la música del pasado y la del presente contienen semejanzas. La polilla política parece haber sobrevivido a la dictadura de Franco, a la transición democrática, a la segunda transición, a la entrada de España en la Unión Europea y la OTAN, a la creación de una amplia clase media, a la transformación de Madrid en capital económica, a las autonomías, al impacto de la globalización, a la última crisis económica y, por lo que se ve, a la Covid-19. ¿Estoy exagerando? ¿Pueden convivir la polilla y la escenografía de una aparente modernidad? Sin duda, y no hay que pensar únicamente en el nuevo hospital que –como un decorado de cine– se ha sacado de la manga la presidenta autonómica madrileña.
En su ensayo España: la historia de una frustración (Anagrama), el politólogo Josep M. Colomer parte del imperio perdido –como Gaziel en su artículo– para descifrar las causas que han convertido la vida colectiva de los españoles en un susto permanente, por decirlo para el horario infantil: “La clave interpretativa de la frustración contemporánea es ver los intentos modernizadores posimperiales como fracasados o incompletos y algunas veces contraproducentes. Muchas normas innovadoras han sido suficientemente fuertes para poner en tela de juicio viejos estándares, pero, debido a las debilidades estructurales heredadas, no para prevalecer en los usos sociales”. Es difícil no dar la razón a Colomer, a la vista de lo que está ocurriendo hoy en Madrid, donde la pugna de ciertos poderes fácticos y el Gobierno acaba envuelta en la fábula machacona del “gobernante ilegítimo”, de indudables ecos guerracivilistas. El presidente Sánchez (y su vicepresidente Iglesias) está notando a diario el peso de la polilla, como si Gaziel estuviera vivito y coleando. Y las encuestas señalan que la polilla influye más allá de los apolillados.
El profesor Colomer –nada sospechoso de ser independentista catalán, chavista o batasuno– define España como un “Estado periférico, rezagado, débil y limitado”. Algunos deberían tomar nota. En los años setenta, Joan Fuster, tras pasearse por Madrid, escribió en este periódico que “Felipe II nunca dejó de mandar, y no importa a través de quién: Floridablanca o Narváez, Cánovas o Lerroux, Espartero o Gil Robles, Maura o Negrín, Godoy o Azaña”. El fantasma de Felipe II, la polilla o la camisa de Alfonso Guerra, da igual. Lo llamen como lo llamen, es para salir corriendo.